Las bodas de Francisco con dama de pobreza
Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv
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Junto a una inmensa pradera
de un verde lino azulado,
sobre un cerro, encaramado,
Francisco en su amor decía.
-Miren los lirios del campo
que no cosechan ni hilan
y el Padre Dios los abriga
con el borde de su manto.
Miren las aves del cielo
sin plantación ni granero,
cómo por el mundo entero
Dios les brinda su alimento.
Y estaba su pensamiento
en la pobreza de Cristo
cuyos ojos había visto
en un leproso harapiento.
Rechazada por los hombres
sin abrigo ni morada
la Pobreza, despreciada,
se refugió entre los montes.
Y en un cerro solitario
que está más allá del tiempo
construyó Pobreza un templo
donde poder adorarlo.
El templo fue iluminado
con lámparas de sol y luna,
con estrellas que, de a una,
lo tenían adornado.
En el monte desolado
su música toca el viento
y su canto es el lamento
de sentirse enamorado.
El templo está perfumado
con ramos de incienso puro,
con lavanda azul oscuro
y unos nardos solitarios.
Tiene columnas de acacia
y de abedules plateados
que desde un bosque cercano
vinieron a acompañarla.
Unas alondras inquietas,
golondrinas y calandrias
como amigas solidarias
la acompañan mientras reza.
Pobreza se siente sola
desde que Cristo ha partido,
el único que la ha querido,
y desde el templo lo invoca.
Francisco está conmovido
de verla así, abandonada,
a aquella que engalanaba
la cruz gloriosa de Cristo.
Y el amigo premuroso
ardiendo de amor el alma,
se decide a rescatarla:
y le ofrece ser su esposo.
El Amor brilló en sus ojos,
descubrieron su belleza,
lo enamoró su pureza
y la fuerza de su arrojo.
Su cabellera de ámbar,
de miel pura y cristalina,
del misterio que ilumina
el sol cuando surge al alba.
Su mirada penetrante
esencial como su alma,
su boca pequeña y calma
su cuello tan elegante.
Todo su rostro un hechizo
en sus rasgos esenciales
que en los limos primordiales
bebía de quien lo hizo.
Su cuerpo delgado y puro
que del sol se alimentaba,
que en la luna reposaba
después del trabajo duro.
Sus pies eran peregrinos,
habían recorrido el mundo
buscando el Amor profundo
que le ofrecía Francisco.
Sus manos eran de seda
tejidas por mariposas
que le daban a la esposa
su candor de primavera.
Como vestido de bodas
el viento le tejió un manto
y resaltaba su encanto
como un valle de amapolas.
Las luciérnagas del bosque
le pusieron un anillo
y el lucero con su brillo
lo encendió en el horizonte.
Pobreza está coronada
con hojas rojas de otoño
y una diadema de aromo
deja su sien perfumada.
Son las bodas de Francisco
vestido en rayos de luna,
su esposa, como ninguna,
lo invita a ser otro Cristo.
A serle fiel con el alma
a su dama, la Pobreza,
y esperar en las riquezas
de Jesús y de su gracia.
Ella le dará en herencia
una ciudad adornada
de virtud iluminada
si la sirve con paciencia.
Jerusalén es su nombre
sobre roca edificada,
por el Amor coronada
morada de Dios y el hombre.
Ya no más abandonada
Pobreza se ha desposado
con un hombre que la ha amado
como un Señor a su amada.
No ha querido otra riqueza
sino tenerla en sus brazos
lavarle los pies descalzos
y vestirse en su realeza.
Serle fiel hasta la muerte
como había prometido,
brindarle su pecho herido
con un Amor que es más fuerte.