Capítulo de las esteras

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv

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Baja Francisco del monte
y un nuevo pueblo lo espera
una verde primavera
se levanta en su horizonte.

Muy cerca, en Santa María,
una reunión se prepara
y una luna llena y clara
de lejos los bendecía.

Hermanos de todo el mundo
llegan para ver al Santo
y es la fiesta y es el canto
de los que siguen su rumbo.

Desde Francis e Inglaterra,
Polonia, Rusia, Alemania,
Malta, Croacia o España,
desde el confín de la tierra.

Un pueblo nuevo nacido
en el Amor al Dios vivo
que Francisco ha compartido
con todos los elegidos.

Más de cinco mil hermanos
acampados bajo el cielo
eran del alma el consuelo
para la Iglesia un regalo.

Capítulo de las esteras
el hecho pasó a la historia
y se grabó en la memoria
como nueva primavera.

De todas partes el canto
subía a Dios en alabanza
y era un viento de esperanza
en el Espíritu Santo.

Pentecostés renovado
de alabanzas y carismas
porque la Fe era la misma
en el Amor encarnado.

Ideales compartidos
por un mismo Dios llamados,
de Jesús enamorados
y en su Pascua redimidos.

El Padre, como un profeta
parte el pan de la Palabra
y con emoción les habla
del Señor y su promesa.

-El goce del mundo es breve
y su pena duradera,
pues la vida verdadera
no la encuentra el que no muere.

Porque pequeña es la pena
por la que se va a la gloria
y goza de su victoria
el que rompe sus cadenas.

-Los exhorto a la obediencia
a la Iglesia madre buena,
y a la caridad fraterna
que regala la paciencia.

En oración permanente
vivirán siempre a su lado
gozando de su cuidado
en medio de tanta gente.

En castidad y templanza
gozarán de su pobreza,
Jesús será su riqueza
y vivirán de Alabanza.

Y el Señor que es providente
no hizo esperar sus regalos
desde los pueblos cercanos
comenzó a llegar la gente.

Traían carne y verduras
hortalizas, pan y vino,
Dios conforta al peregrino
y le muestra su ternura.

Era un mismo pueblo en fiesta
por Dios mismo convocado
el banquete preparado,
la comunión que se gesta.

Una mesa para todos
universal la acogida
mesa de la Eucaristía
su verdadero tesoro.

Era el prado de las bodas
el banquete del Cordero
que les da el pan verdadero
a los que Cristo enamora.

pan de Dios y del encuentro
que convoca a los hermanos
y se parte entre sus manos
como divino alimento.

Santo Domingo, presente,
vio de Dios, su santa mano,
y bendijo a los hermanos
con una plegaria ardiente.

Y es así como el Dios bueno
mostraba su providencia,
reafirmaba su presencia
bajo un cielo azul sereno.