Bautismo y Eucaristía 

Autor: Padre Fintan Kelly, L.C.

 

 

Juan , en el Capítulo 19, 31-37 de su Evangelio, nos dice: “Los judíos, como era el día de la Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con El; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza al costado, y al instante salió sangre y agua."

Para San Juan Evangelista toda la vida de Jesucristo, hasta en sus últimos detalles, fue una revelación del misterio de Éste. La lanzada le impresionó a él especialmente dado que él fue testigo ocular de lo ocurrido. Para él el hecho de que dieron una lanzada a Jesucristo y no le rompieron las piernas era signo de que Él era el verdadero Cordero Pascual, pues no se podía romper ni un hueso del cordero pascual que se sacrificaba en el Templo: "No romperás ni uno de sus huesos" (v.36).

Los Santos Padres, que eran escritores eclesiásticos muy santos de los primeros ocho siglos de la Iglesia, vieron en el agua y la sangre, que brotaron del costado traspasado de Jesucristo (v.34), un símbolo de los dos sacramentos, el bautismo y la Eucaristía, que construyen la Iglesia. Reconocen allí el nacimiento de la Iglesia: así como Eva "nació" del costado del durmiente Adán, así la nueva Eva, la Iglesia, "nació" del costado del nuevo Adán, "durmiendo" en la cruz.

Si estos dos sacramentos construyen la Iglesia, debemos aprovecharlos para construirnos a nosotros mismos espiritualmente. A través el bautismo nacemos a la vida cristiana y a través de la Eucaristía crecemos en esta misma vida. Si queremos asegurar la calidad de nuestra vida cristiana, tenemos que tener una vida eucarística fuerte.

“En la celebración de la santa misa, cada uno de los bautizados está llamado a unirse a la Iglesia y a Jesucristo para ofrecer, haciéndolo suyo, el sacrificio de Cristo. Más aún, está llamado a participar en esa oblación, ofreciéndose a sí mismo, junto con Jesucristo, a Dios y a los hombres. Cuando el sacerdote eleva la sagrada forma, está poniendo allí la vida de cada uno de los fieles que participan; de este modo, el cristiano hace de su vida y de cada uno de sus actos, ofrecidos en la Eucaristía, una ofrenda viviente que agrada a Dios; participa así en la misión redentora de Jesucristo, y obtiene de Dios gracias especiales de santificación personal y para toda la Iglesia.”

Poner a Dios en mi agenda y hacerle una visita diariamente en una Iglesia.