Él es “hombre-para-los-demás”

Ator: Pdre Fintan Kelly, L.C.

 

 

“Jesucristo en su Pasión se redujo a pecado por nosotros. Y todo esto por la única razón del amor que nos tenía. Un amor que no habíamos merecido, que tenía motivos para ser odio y castigo, y que, sin embargo, mantuvo con una fidelidad y con una profundidad propias de Dios, hasta dar su vida por sus mismos enemigos y encontrar el misterioso modo de quedarse con nosotros en la Eucaristía.”

Se podría definir a Cristo como un “hombre-para-los-demás”. Hay que tomar esta definición en toda la comprensión y extensión que significa. Para saber si Él fue un hombre que vivía para los demás, hay que preguntarse cómo actuaba con sus enemigos. El querer a los amigos no tiene demasiado mérito, pero el tratar bien a los que nos tratan mal exige heroísmo. Es bien conocido cómo Cristo trató con sus enemigos. Pudo haberlos aniquilado en cualquier instante, especialmente durante su pasión, pero fue fiel a su doctrina de perdón hasta el último momento de su vida.

Cuando uno tiene un problema tiende a pensar exclusivamente en sí mismo. Uno tiende a ser introvertido y si habla, muchas veces es para hacer saber a los demás, detalles de sus dificultades. En muchas ocasiones uno comienza a echar la culpa a los demás, a echar pestes...

En la pasión Cristo tenía el derecho de quejarse, buscar un poco de consolación, echar la culpa a los demás... Sin embargo, fue totalmente dueño de sí mismo. En el camino al Calvario encuentra a unas mujeres que lloran por Él. Seguramente fueron algunas mujeres piadosas de Jerusalén, que le seguían cada vez que visitaba la Ciudad Santa. Al contemplarlas Él sencillamente les dijo: “No lloren por mí, sino más bien por ustedes mismas y por sus hijos (es decir, los habitantes de Jerusalén), pues si esto se hace con el leño verde (con las personas justas) ¿con el leño seco (con los malos) qué no se hará?” Parece más preocupado sobre la suerte de los habitantes de Jerusalén que con la suya propia.

Cuando estaba colgado de la cruz, también mostró este desinterés en sí mismo. Todas sus palabras se refieren a los demás. Pidió perdón para todos; perdonó al buen ladrón; dijo ciertas frases únicamente para cumplir lo que predecía la Sagrada Escritura sobre el Mesías. Realmente no podemos imaginar a un hombre menos centrado en sí mismo.

“¿Quiere usted poner un remedio eficaz en la raíz del mal? El planteamiento es sencillo, aunque la realización compromete toda la vida: puesto que el hombre nada hace que no arranque de sí mismo y retorne a sí como en un sistema planetario cerrado, necesita una fuerza que supere esta inercia gravitacional que le aprisiona, es decir, debe buscar otro centro en torno al cual gire su vida. Y la única fuerza capaz de trascender su mundo cerrado es CRISTO, ideal de la humanidad, potencia salvadora, modelo y amigo íntimo.”

El vivir únicamente para los demás podría parecer una utopía. Si miramos la historia de la Iglesia, dos veces milenaria, vemos que hubo miles y miles de personas que lo han logrado. Basta ver el calendario litúrgico para apreciar este hecho.

También es posible lograr esto hoy en día. De no ser así, tendríamos que admitir que el cristianismo fuese imposible de vivir. Todos los días tenemos un número inmenso de oportunidades de olvidarnos de nosotros mismos y entregarnos a los demás al estilo de Cristo. Es el secreto del éxito de toda convivencia humana. Si hay entrega sincera a los demás, hay perdón por las grandes y pequeñas ofensas que cometen contra nosotros.

No hay duda de que en este momento estamos tocando el punto central de toda la antropología y espiritualidad cristianas. La felicidad que ofrece Cristo es un don de Dios, pero es al mismo tiempo una conquista del hombre. Cada uno debe esforzarse por olvidarse de sí mismo y entregarse a los demás. Esto significa llevar la cruz de Cristo, pues no hay entrega a los demás fuera de la cruz.

“Hoy aparecen los falsos profetas que quieren predicar un Evangelio sin cruz, sin dolor, sin sacrificio. ¿Qué queda entonces del Evangelio? ¡Nada! ´No entiendo más que a Cristo crucificado`, decía San Pablo. Esa Cruz que quieren presentar los nuevos profetas no existe, la han inventado ellos.”

El verdadero rostro del cristiano es el de la entrega a los demás, porque es el verdadero rostro de Cristo.

“Indudablemente la cruz es el verdadero rostro de Cristo. Sólo existe un Cristo, el crucificado, para quienes con sinceridad y autenticidad desean encontrarle y amarle.”

(28 de junio de 2001)