Tarea diaria

Autor: Alicia Beatriz Angélica Araujo

 

 

Continuamente me estoy escrutando, cuestionando, reviendo mis actitudes, pensamientos e inquietudes; palabras, gestos gustos y disgustos. Con la ayuda de Dios, me esfuerzo por discernir las cosas que tengo que cambiar, las que tengo que mejorar, y las que debo desterrar.

La tarea no es fácil, por eso trato que el silencio y la reflexión sean mis aliados.  Yo  el  enemigo implacable, al que hay que desterrar, y transformar en el tu; el  que Dios quiere que sea; el que  desea construir en mí.

Morir  al yo significa: dar entrada  al único y verdadero Señor y  Dios  de  nuestro corazón, dejarlo ser y hacerse nuestro centro. Para aprender a mirar con los ojos de Dios, lo cual solo es posible mediante el desprendimiento del amor propio, de mis deseos y apetencias. Porque es justamente allí, en ese amor egoísta, en  dónde se forjan todos nuestros males.

Necesito  esforzarme cada día un poco más por alcanzar ese despojo  y anonadamiento de mi misma, y así lograré ese  equilibrio, esa armonía, ese amor entre mis hermanos y yo, que pondrá de manifiesto el amor que recibo de Dios, y en verdad   estaré amando  con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

Conozco las carencias, las dificultades, las deficiencias, de las cuales soy portadora, e incluso advierto las malas inclinaciones y reconozco cuanto trabajo me es necesario para abordarlas, reconocerlas, y erradicarlas, pues me perturban, inquietan, sorprenden, y adosan al menor descuido, o negligencia.

Diariamente la tentación se presenta, queriéndonos atrapar en  su impureza, aprovecha toda situación toda distracción para poner su aguijón.

Hoy no me lleva tanto tiempo advertir al tentador, y enfrentarlo con decisión, y sin miedo.

Mis métodos pasan por  exponer los hechos  tal cual son  en manos del Señor, sin agregar, ni quitar  nada, y es él quien me instruye, quien obra conforme a su Sabiduría, y beneplácito; yo simplemente acepto su voluntad, aunque muchas veces no comprendo.  Analizo  detenidamente, en todo su contexto el suceso que me moviliza, observo los sentimientos  que lo impulsan, las intenciones, las inclinaciones, e incluso sus desviaciones; tomo distancia del yo para ver con claridad y reencontrarme  con lo que el Señor me quiere mostrar.

 La oración me es fundamental en estos casos. Acudo al auxilio  de Dios para que ponga luz frente a esas vivencias que me inquietan o desagradan ya que  en mi pequeñez, en mi nada no alcanzo a interpretar la voluntad del Padre.

Miro a María, la recorro a lo lago de su vida terrena, trato de penetrar en sus ojos  para alcanzar su corazón, y así desde su humildad y sencillez, descansar  del turbado y complicado trajinar de este mundo en donde las pasiones humanas viven enfrentadas  entre sí y con Dios.

Una y mil veces me digo: somos hombres débiles, inestables, temerosos, desconfiados, inconstantes,  llenos de cargas y complejos, carentes de amor y deseosos  por encontrar esa Tierra prometida a Abraham y sus descendientes.

 Somos víctimas de nuestra carne, llevados a la concupiscencia, pero  resueltos combatientes por la sangre de Cristo,  en   la dura lucha que demanda la  conversión, enfrentados  al tentador que no da tregua a las almas, atacándolas en todas las formas posibles, y por todos los medios, y mediante los  hermanos más cercanos. 

Por eso  la oración debe ser y hacerse  una constante  en todo cristiano, en todo momento y circunstancia de su vida.

No se debe dejar de orar, ya sea que  pidamos  auxilio,  amparo, o demos  gracias  al Señor  o lo alabemos.