Viernes Santo, Ciclo A

Juan 18, 1-9, 42: Amando desde la Cruz

Autor: Padre Alfredo I Hernández  

 

 

            Hoy Viernes Santo, el día más solemne de todo el año, somos testigos del amor de Dios expresado en el supremo acto de amor de su Hijo Jesucristo.  ¿Cómo no llenarnos de admiración al ver al Hijo de Dios clavado en una cruz?  ¿Cómo no llenarnos de agradecimiento a Dios por ese amor insondable que nos ha mostrado?

            En este espíritu de admiración y agradecimiento, seguimos con la reflexión que comenzamos la semana pasada sobre los grandes momentos de la Semana Santa.  El Viernes Santo, un día en el cual buscamos acompañar a Jesús desde su juicio frente Pilato al Calvario y luego a la tumba, termina en silencio.  Al amanecer el Sábado Santo, el ambiente de la Iglesia hace parecer que el sol no ha salido.  No hay celebraciones litúrgicas.  No se celebran los sacramentos, con la excepción de la Reconciliación (confesión).  Se respira un aire de luto.

            Pero si visitan una iglesia católica el Sábado Santo durante el día se darán cuenta que el ambiente está por cambiar.  Verán a la gente encargada de las decoraciones, preparando el altar y el agua y las velas y otras decoraciones y poniendo una multitud de flores.  Las decoraciones ya empiezan a hablar de algo fundamentalmente nuevo que está por suceder.

            Entonces llega el momento culminante de todo el año para los católicos cristianos.  Después de anochecer el Sábado Santo, se reúnen los feligreses, normalmente afuera del templo.  Se bendice el fuego y el Cirio Pascual, que representará la Luz de Cristo, que irrumpe en la oscuridad.  Luego, presididos por esa Luz de Cristo, los fieles entran en la iglesia oscura, y la luz de las velitas que han encendido del Cirio Pascual alumbra con su fulgor la oscuridad.  Usualmente un diácono canta el Pregón Pascual, un himno de alabanza al Cirio Pascual, identificándolo con Cristo, que en medio de la noche más oscura de la historia humana, resucita, llenándola de luz.

            Esta gran noche la Liturgia de la Palabra presenta un repaso de toda la historia de la salvación.  Se pueden leer hasta 7 lecturas del Antiguo Testamento, todas preparando el camino para la Pasión, muerte y resurrección de Jesús.  Antes de pasar a la epístola y al Evangelio, se canta el Gloria – anunciando al mundo que Jesús vive y nosotros vivimos en Él.  Aunque todo esto se demora más que la Misa de costumbre, es una cosa maravillosa poder meditar pausadamente sobre cómo se preparó desde el momento de la creación la salvación del mundo. 

            Después de la homilía, en la cual el sacerdote trata de hacer relucir todas estas realidades asombrosas, se bendice el agua que se usará para el bautismo de adultos, y para servir como agua bendita en todo el Tiempo Pascual.  El agua es símbolo de vida, y el Agua Nueva de Pascua siempre ha tenido un significado especial.  Se canta la Letanía de los Santos, en la cual se les pide a todos aquellos que están en el cielo que recen por nosotros, y en especial por los que se van a bautizar.  Luego, los adultos que se han ido preparando por todo un año para entrar en la Iglesia profesan su fe en Dios y reciben el don de la vida eterna en el bautismo.

            Ya bautizados los neófitos (¡qué palabra! ¡pero así se les dice a los recién bautizados!), ellos reciben una vestidura blanca, representando su dignidad de cristianos, y una vela, prendida del Cirio Pascual, representando la luz que ahora brilla en ellos.  Después se prenden las velas de toda la comunidad de nuevo, para que ellos puedan renovar sus promesas bautismales y recibir la aspersión con agua bendita, todo recordando la vida que recibieron un día en el bautismo.

            Momentos importantes que faltan por mencionar incluyen la confirmación de los recién bautizados y también de aquellos que se han preparado con ellos (cristianos de otras comunidades que están entrando en la Iglesia Católica y católicos que no recibieron la catequesis de niños).  Reciben el Espíritu Santo, que Jesús nos ofrece al resucitar.  El momento culminante, para los neófitos y sus compañeros, igual que para toda la asamblea, es la Comunión, cuando reciben, algunos por primera vez, el Cuerpo y la Sangre de Aquél que murió y resucitó.

            La celebración termina esta noche, igual que en todas las Misas del día de Pascua y en toda la semana que le sigue, con una despedida especial: Pueden ir en paz.  ¡Aleluya!  ¡Aleluya!  El Aleluya expresa toda la alegría que sentimos en ese momento y la buena nueva que debemos llevar al mundo.  Esa aclamación de alabanza es la marca más típica de todo el Tiempo Pascual, que comienza ya en la primera Misa de la mañana del Domingo de Resurrección.  Por 50 días celebramos lo que encontraron las mujeres muy temprano al tercer día de la muerte de Jesús – ¡la tumba estaba vacía!

El Señor Jesús murió por nosotros.  Démosle gracias a Dios.  Mirad el árbol de la Cruz.  Venid y adoremos.  El Señor resucitó – démosle gracias a Dios.  ¡Aleluya!

Abril 9, 2004