¿Los católicos por qué se confiesan?

Autor: Padre Alfredo I Hernández  

 

 

               No sé cuántas veces me han preguntado las siguientes preguntas: ¿Los católicos por qué se confiesan?  ¿Por qué tenemos que confesarnos delante un sacerdote?  ¿No es él tan pecador como yo – y quizás más aún?  ¿Dios no me puede perdonar si yo le rezo directamente a Él?

            A la base de todas estas preguntas está un mal entendido.  La Iglesia Católica entiende que Jesús nos dejó el sacramento de la reconciliación, o la confesión, como un regalo, no como una carga.  En vez de preguntar por qué nos tenemos que confesar, sería mejor preguntar por qué Jesús nos quiere tanto que nos ha dejado el regalo de sabernos perdonados totalmente Dios.  

            El poder de perdonar los pecados es uno de los primeros regalos que Jesús les dio a los discípulos al resucitar de la muerte.  La misma noche de Pascua, al aparecerse a ellos, el Señor resucitado les mostró las manos y los pies y les habló.  Nos cuenta el Evangelio de San Juan: Los discípulos se alegraron de ver al Señor.  Jesús les dijo otra vez: “La paz con ustedes.  Como el Padre me envió, también yo os envío.”  Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo, “Reciban el Espíritu Santo.  A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos” (20:21-23). 

Fíjense en los regalos que el Señor, pocas horas después de salir de la tumba, les da a sus discípulos: el regalo de la paz, el Espíritu Santo, la autoridad para perdonar los pecados.  Se ve clarísimo que el poder de perdonar los pecados es fruto de la muerte y resurrección de Jesús.  Es el mismo Jesús que según el Evangelio de San Lucas desde la cruz perdonó a sus verdugos – Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (23:34) – y le prometió el cielo al llamado buen ladrón (bueno porque pidió perdón, no porque no había hecho cosas muy malas) – Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso (23:43).  El regalo que Lucas nos dice que Él dio desde la cruz el Viernes Santo es el regalo que Juan nos dice que Él dio en el cenáculo la noche de Pascua, el regalo del perdón.

Aquí está el problema para nosotros si queremos que las cosas sean a nuestra manera.  No es que Dios no me pueda perdonar como a Él le dé la gana.  No es que el sacerdote sea más santo que yo (¡yo, sacerdote, también me tengo que confesar!).  Es que Dios quiere perdonarnos y quiere que nosotros experimentemos ese perdón como algo real y tangible.  El perdón de Dios, expresado en el sacramento que Jesús nos regaló la noche de Pascua, no es algo efímero, no es algo que yo sienta sólo espiritualmente.  Como seres humanos que somos, los sacramentos nos tocan en toda nuestra humanidad.  Por lo tanto, yo necesito expresar mi necesidad del perdón al confesar mis pecados y oír las palabras y experimentar los gestos del sacerdote: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”

Estos últimos días de Cuaresma son un tiempo privilegiado para la confesión.  Al acercarnos a la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, la reconciliación se nos ofrece como un regalo preciosísimo.  Todas las iglesias católicas ofrecen horarios especiales de confesiones y muchas también celebran servicios especiales para prepararnos en comunidad para recibir el regalo del perdón.  Averigüen en su parroquia o si no tienen parroquia en la que les quede más conveniente.  No le tengan miedo al sacramento si hace mucho tiempo que no se acercan a él – no hay momento más especial para un sacerdote que poder darle la bienvenida a la persona que dice “Perdóname Padre porque he pecado; ¡hace 30 años desde mi última confesión!”  Acuérdense también del sigilo de la confesión.  El sacerdote nunca puede decir nada de lo le confiesan los penitentes.

No tengamos miedo de recibir de Jesús el último regalo que ofrece desde la cruz y el primer regalo que ofrece al resucitar.  No tengamos miedo del gran regalo de la reconciliación.

Marzo 19, 2004