“La Pasión del Cristo.” la película

Autor: Padre Alfredo I Hernández  

 

 

Hace un par de semanas les comenté en este espacio sobre la película, “La Pasión del Cristo.”  Aunque les prometí que no es mi intención convertirme en un crítico del cine, les puedo asegurar que cuando la pude ver, me sentí tocado profundamente por la experiencia.  Ver la película me ayudó a experimentar de una nueva forma el amor insondable por nosotros que movió a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, a sufrir la tortura y morir en la cruz.  También me ayudó a sentir un profundo arrepentimiento por el hecho de que la causa de ese sufrimiento y muerte es mi pecado.

Un comentario que oí me hizo pensar.  Una persona comentó que la imagen realista que presenta esta película de lo que Jesús sufrió nos es mucha más conocida a nosotros los hispanos que al resto del pueblo norteamericano.  Nosotros estamos acostumbrados a los crucifijos con mucha sangre.  Nos parecen extraños los crucifijos que vemos en muchas iglesias católicas en los Estados Unidos, que hacen parecer más aséptica esta realidad tan cruel.  A nosotros nos gusta ver la realidad, con todo el dolor a la vista. 

¿Por qué será esto?  Quizás parte de la respuesta se encuentre en nuestra comprensión del dolor.  No nos hemos acostumbrado del todo a la visión moderna que ve el dolor como algo que hace falta evitar a todo costo.  Sabemos que existe y sabemos que puede ser a veces la única manera de conseguir algo muy importante.  Sabemos que hasta si a veces no le vemos sentido alguno, no tenemos más opción que aceptar el dolor.  En cada una de nuestras patrias y en cada una de nuestras familias, el dolor lo hemos experimentado a menudo – el dolor de la injusticia, el dolor de la pobreza, el dolor de la enfermedad, el dolor del desespero, el dolor de las despedidas, el dolor de la adaptación a una nueva cultura.  Quizás sea porque sabemos que el dolor no lo podemos evitar, que nos agrade tanto saber que el mismo Dios que nos creó compartió plenamente nuestros peores dolores.

Jesús vino al mundo no para darnos una explicación lógica del dolor ni para eliminarlo de repente como si Él fuera un mago.  Cuando nos suceden cosas dolorosas sin duda buscamos primero que nada la respuesta al “¿por qué?” o buscamos una salida fácil y rápida al problema.  Sin embargo no es para eso que el Hijo de Dios se hizo hombre.  Jesús entró en la historia humana para aceptar sobre Sí mismo todo el dolor humano – fruto del pecado nuestro – y darle a ese dolor un significado redentor.  Pudiera ser que la razón que nosotros los hispanos apreciamos tanto la Pasión y muerte de Nuestro Señor es que sabemos que su camino de dolor está íntimamente unido al nuestro.

Aquí hay un punto teológico muy importante.  Los católicos creemos que nosotros los cristianos, como miembros del Cuerpo de Cristo, somos capaces de unir nuestros sufrimientos a los de Jesús, haciendo que nuestros propios dolores participen en la redención que logró Jesús una vez para siempre en la Cruz.  San Pablo expresa esta realidad de una manera sorprendente en Colosenses 1,24: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia.  No es, sin duda, que le falte nada a la eficacia de la cruz del Señor.  La maravilla es que Él permite que nosotros de alguna manera “completemos” su Pasión.  Por lo tanto cuando yo acepto con amor algún sufrimiento – ya sea un golpe en el dedo gordo del pie o una diagnosis de cáncer – puedo unir ese sufrimiento pequeño o grande a la cruz de Cristo.

En este tiempo de Cuaresma se nos invita a seguir meditando sobre la Pasión.  Hay muchas formas de hacerlo: el Vía Crucis, leer la Pasión de uno o más de los cuatro Evangelios, rezar delante un crucifijo, y este año quizás ir al cine.  Los hispanos tendemos a tener un sentido muy claro de que el dolor y el sufrimiento son parte inevitable de la vida.  Lo que espero es que saber que podemos unir nuestros sufrimientos a los de Jesús nos ayude a aceptar los nuestros no con fatalismo, sino con amor y esperanza: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16,24).  Tomemos nuestras cruces y sigamos a Jesús – no solamente hasta la cruz sino a través de ella hasta la gloria y el gozo de la resurrección.

Marzo 12, 2004