VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Lucas 6, 27-38: Amar y perdonar

Autor: Padre Alfredo I Hernández

 

 

            Algo que pienso hacer con frecuencia en esta columna es basar mis reflexiones en los textos bíblicos para la Misa del domingo entrante.  Este método ayudará a los lectores católicos a prepararse para la celebración de la Misa, y me dará una profunda fuente de materia para estas reflexiones.  La Palabra de Dios siempre se puede aplicar a nuestra realidad, así que las palabras tan antiguas de las Sagradas Escrituras tendrán algo que decirle a la actualidad.

            Este domingo, el 22 de febrero, dos de las lecturas tratan un tema dificilísimo – el perdón.  El primer libro de Samuel nos cuenta de una oportunidad que tuvo David de vengarse del Rey Saúl, al encontrar dormido al que lo perseguía injustamente.  David, en vez de tomar esta oportunidad, detuvo al soldado que quería matar al rey, tomó la lanza de Saúl y desde lejos se la mostró a Saúl y su campamento, para que se dieran cuenta que David no le quería hacer daño al rey (1 Samuel 26,2-23).  Jesús va más allá de este ejemplo en el Evangelio, al decir: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes lo difaman (Lucas 6,27-28).

            Nos cuesta mucho cuando se nos pide que amemos a los que nos han causado daño a nosotros.  Sobre todo, nos caen como una bomba las próximas palabras de Jesús: Al que te golpee una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo levarse también la túnica (Lucas 6,29).  Nos parece como algo que va más allá de nuestras capacidades un perdón tan exagerado.  Francamente, no estamos seguros que, aun si nos fuera posible, nos gustaría perdonar así.  Nos gusta más la idea del Antiguo Testamento rechazada específicamente por Jesús: Ojo por ojo y diente por diente (Mateo 5,38; ver también Éxodo 21,24; Levítico 24,20; Deuteronomio 19,21).  Nos gusta citar mucho esa frase, olvidándonos que Jesús nos llama a algo mucho más grande o queriendo pretender que así no es.

            El tema del perdón es esencial para todas nuestras familias, ya que en cada familia, hay ofensas.  Por lo tanto, en toda familia hace falta el perdón.  También, cuando nos enfrentamos con la realidad de la gran mayoría de nuestros países de origen – y también las grandes crisis que afectan al mundo entero – hace mucha falta empezar a hablar del perdón.  De hecho, gran parte de los graves problemas que vemos es que existen rencores – que a veces llevan décadas y aún siglos nutriéndose.  Si no empezamos de alguna manera a perdonar, y a amar a la persona a quien consideramos enemigo, más nunca se arreglarán los problemas de nuestras familias – y jamás se solucionarán las crisis de nuestros países y de tantos lugares alrededor del mundo.

            Ya conozco bien las respuestas que se me pueden dar.  ¿Cómo se me va pedir que yo perdone y mucho menos ame a fulano o mengano?  ¿No se da cuenta usted de las ofensas tan graves que ha cometido?  Hasta me conozco los nombres de varios de los fulanos y menganos.  Sin embargo, Jesús nos da la respuesta: Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.  No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.  Den y se les dará: recibirán una buena medida, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica.  Porque con la misma medida con que midan, serán medidos (Lucas 6,36-38).

            Hay una broma que se nos pudiera aplicar a nosotros los hispanos.  Se dice que para nosotros el Alzheimer ocurre cuando se nos olvida todo menos los rencores.  Seamos jóvenes o ancianos, Dios nos libre de vivir así, y nos dé la gracia para aprender a hacer quizás lo más difícil que aprenderemos en toda la vida – amar y perdonar

 

Febrero 20, 2004