La razón y la libertad no se contraponen a la fe

Autor: Padre Alfredo I Hernández

 

 

Todo aquel que conoce un poco de la historia de los últimos dos siglos sabe que muchos han pretendido tener todas las soluciones a los problemas del mundo, o de países particulares.

Estos han sido en algunos casos científicos, en otros casos negociantes, en otros políticos, y en otros, sencillos demagogos y dictadores.

El elemento común, que todavía vemos presente en el discurso público en todas partes del mundo, es la idea del progreso, del cambio como algo bueno por sí mismo. Se vio este fenómeno el 3 de enero, al terminar las asambleas primarias de Iowa. Varios candidatos, de ambos partidos, de derecha e izquierda, se proclamaron como los representantes del "cambio".

Desde el siglo XVIII, como afirma el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvi, se ve el progreso como el garante de un futuro mejor. El progreso, escribe el Santo Padre, se relaciona sobre todo con la razón y la libertad: "El progreso es sobre todo un progreso del dominio creciente de la razón, y esta razón es considerada obviamente un poder del bien y para el bien".

Se suponía que cuando el ser humano aprendiera a seguir la razón y vivir en plena libertad, se lograría el verdadero progreso. Desde el principio se entendía que la libertad y la razón se oponían a la fe.

El Papa hace un repaso histórico de los esfuerzos por crear utopías, liberando al hombre de la supuesta opresión de la fe. La Revolución francesa fue un intento de "instaurar el dominio de la razón y la libertad, ahora también de manera políticamente real". Lo que parecía al principio como algo maravilloso terminó por ser un real terror.

Luego, Friedrich Engels y Karl Marx desarrollaron una filosofía política en la cual, "al haber desaparecido la verdad del más allá, se trataría ahora de establecer la verdad del más acá".

Marx expresó concretamente cómo debería de imponerse esa verdad, con la revolución del proletariado. El Papa escribe con respecto a Marx: "Suponía simplemente que, con la expropiación de la clase dominante, con la caída del poder político y con la socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén".

Los que saben un poco sobre el comunismo, ya sea habiendo estudiado el tema, o habiéndolo experimentado en carne propia, entienden bien que esta esperanza fue falsa.

El error fundamental de Marx, según Benedicto, fue éste: "Ha olvidado al hombre y ha olvidado la libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal".

Al pensar que sólo solucionando los problemas económicos, los demás problemas del ser humano se resolverían, Marx permitió que su materialismo le cerrara los ojos a la verdad del hombre.

Cualquiera que ha trabajado con jóvenes puede entender lo que el Papa está tratando de expresar. Un maestro se puede frustrar después de algunos años, pensando, "¿No he dicho esto mil veces ya?" Lo que se le olvida es que se lo dijo a otro grupo de jóvenes, o al mismo grupo hace mucho tiempo, y no lo recuerdan. El profesor tiene que repetirse, porque los jóvenes siempre tienen que aprender de nuevo. Por la misma razón, ningún sistema político puede transformar al ser humano definitivamente, aunque puede hacer mucho para mejorar o empeorar su situación. Es con libertad que cada persona y cada generación encuentra la verdad y la sigue o la rechaza.

Estas consideraciones nos llevan a las conclusiones a las que llega el Papa con respecto al progreso. El progreso no es bueno por sí mismo, sino sólo cuando ayuda al "crecimiento moral de la humanidad".

"La ambigüedad del progreso resulta evidente. Indudablemente, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal, posibilidades que antes no existían".

Al fin y al cabo, el progreso sin Dios acaba destruyéndonos.

La historia bíblica de la Torre de Babel (cf. Génesis 11, 1-9) se asemeja mucho a la situación del mundo en los últimos 220 años.

Al querer construir una torre que llegara al cielo, querían obrar sin Dios, y acabaron logrando sólo su propia destrucción.

Así ha sido con cada sistema que ha pretendido establecer un " 'reino de Dios' instaurado sin Dios —un reino, pues, sólo del hombre".

Han acabado, como en las dictaduras de Vladimir Lenin, Joseph Stalin, Adolf Hitler, Benito Mussolini, Fidel Castro y de tantos más como ellos, eliminando la razón y la libertad, a la vez que han pretendido eliminar a Dios.

Habiendo visto lo que la esperanza no es, pasaremos la semana entrante a considerar lo que Benedicto afirma que es "la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana".

Enero 11, 2008