Sólo el amor de Dios redime y transforma

Autor: Padre Alfredo I Hernández

 

 

Seguimos hoy con el estudio de la Encíclica del Santo Padre Benedicto XVI sobre la esperanza, Spe Salvi (En Esperanza Fuimos Salvados).

El pasa, después del repaso histórico-filosófico que consideramos la semana pasada, a tratar "la verdadera fisonomía de la esperanza cristiana".

Comienza esta sección contrastando el progreso científico y el moral. Por un lado, parece que logramos un "dominio cada vez mayor de la naturaleza". Por otro lado, es imposible un progreso semejante en el campo de la ética y la moral, ya que cada ser humano es nuevo, con su propia libertad.

"El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella".

A esta observación, el Papa le saca varias consecuencias. Primero, las estructuras políticas y sociales, aunque son importantes para promover un mundo más justo, no lo pueden garantizar, ya que hace falta que los hombres y las mujeres de cada tiempo y lugar estén convencidos que vale la pena obrar rectamente.

Luego, cualquier sistema que prometiera establecer definitivamente un mundo justo, por definición sería terriblemente destructivo e injusto, ya que tendría que eliminar la libertad humana. Por lo tanto, cada generación, ayudada sin duda por los logros de las generaciones anteriores, tiene la tarea de establecer "ordenamientos convincentes de libertad y bien, que ayuden a la generación sucesiva ... las buenas estructuras ayudan, pero por sí solas no bastan".

Llega aquí el Papa a una conclusión sumamente importante: "No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor". Los amores que experimentamos en la vida cotidiana le dan sentido a la vida. Sin embargo, sólo el amor definitivo e incondicionado de Dios, hecho presente y efectivo en el mundo por Jesucristo, nos redime y transforma, como dice San Pablo: "Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí" (Gálatas 2, 20).

Si aceptamos estas observaciones, vemos claro que la verdadera esperanza, que fundamenta todas las esperanzas de la vida, se encuentra en conocer a Jesús. Es en relación con él que logramos la vida eterna: "la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud". Escribe luego el Papa: "Si estamos en relación con aquel que no muere, que es la vida misma y el amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces 'vivimos' ".

Volviendo a un tema que tratamos hace varias semanas, Benedicto se pregunta si no estamos regresando aquí a una visión individualista, al retornar a la cuestión de mi vida eterna. Responde que no, ya que la comunión con Jesús implica vivir la vida abiertos a los demás, dispuesto a darse a los demás: "Cristo murió por todos. Vivir para él significa dejarse moldear en su 'ser-para' (los demás)".

El Santo Padre cita el ejemplo de uno de sus santos favoritos, Agustín de Hipona, que como obispo expresó su dedicación a Jesús, dedicándose a una comunidad de fieles que sufría mucho, a causa de invasiones de los vándalos. En medio de sus propios dolores, su esperanza en Jesús le daba la fuerza para seguir sirviendo a sus feligreses: "Gracias a su esperanza, Agustín se dedicó a la gente sencilla y a su ciudad; renunció a su nobleza espiritual y predicó y actuó de manera sencilla para la gente sencilla".

El Papa resume esta sección observando que todos necesitamos tener muchas esperanzas en la vida, las cuales cambian al pasar los años. Algunas se cumplen. Otras no, pero ninguna nos llena del todo. Sólo la esperanza en Cristo, la esperanza de que viviremos de verdad con él, unidos todos con él en el amor, nos puede llenar el corazón plenamente. Lo expresa así el Santo Padre: "Nosotros necesitamos tener esperanzas —más grandes o más pequeñas— que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios".

El se nos ha revelado en Jesús que nos muestra que Dios es amor. Este amor es el fundamento de nuestra gran esperanza.

Pasaremos en el próximo artículo a considerar lo que el Papa llama los "lugares" donde aprendemos y ejercitamos la esperanza. Mientras tanto, hemos llegado con él a la conclusión que sólo el Dios que es amor nos puede dar el valor para mirar hacia delante, sin temor, porque tenemos fe que él siempre cumplirá con sus promesas, sobre todo la promesa de Jesús, de que viviremos con él eternamente. 

Enero 18, 2008