Navidad 

Autor: Padre Alfredo I Hernández

 

 

            Este Adviento nos preparamos una vez más a celebrar la Navidad.  Recordemos que este tiempo antes de Navidad es un tiempo de preparación; no ha llegado todavía la Navidad.  No importa cuántos villancicos escuchemos y a cuántas vayamos haya y cuántos regalos compremos antes del 25 de diciembre, para el cristiano, todo eso es sólo preparación para el gran evento – la Navidad y el tiempo de Navidad que le sigue, hasta pasada la fiesta de la Epifanía.

            Cuando llegue ese día de Navidad, llegará el momento de cantar de verdad los villancicos.  Veremos la iglesia bellísima con los arbolitos y las flores y las luces y el pesebre.  Adoraremos al Recién Nacido. 

            A veces nos puede parecer que el mundo ha sido poco afectado por “el mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación” (Isaías 52:7).  Por eso nos hace tanta falta una vez más escuchar esa “buena nueva”, escuchar el pregón de “la salvación”.  El Prólogo del Evangelio de San Juan nos recuerda por qué la Navidad es un día para celebrar.  Aprendemos algo hoy sobre quién es Dios, qué ha hecho Él por nosotros y quiénes somos nosotros.

            Primero, aprendemos que el Dios que es amor es una comunidad de amor: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y era Dios.  Ya en el principio él estaba con Dios” (Juan 1:1-2).  La Palabra, a través de quien todo fue creado y que es la luz y la vida, siempre ha habitado con Dios.  Dios, como la comunidad de amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, quiere desbordar su amor, compartiendo su vida y su luz con nosotros.

            Es por eso que, a pesar de nuestro pecado, y de hecho a causa de nuestro pecado, ese amor de Dios por los hombres se expresa de la manera más perfecta al hacerse el Hijo de Dios uno de nosotros: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.  Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).  Dios quiere compartir nuestra naturaleza humana.  Lo que nos dice el Evangelio de Lucas, que Jesús tuvo como primera cama un pesebre, tiene su eco en el Prólogo de San Juan, ya que en la encarnación la Palabra “habitó entre nosotros”, que también se puede traducir, “puso su tienda entre nosotros”.  Esa primera tienda de Jesús, su primer hogar en la tierra – el establo y el pesebre – nos revela la total humillación que Él ha aceptado al hacerse uno de nosotros.

            Al compartir nuestra condición humana en su totalidad – menos en el pecado – Jesús nos ha hecho un regalo increíble.  Quizás sea esta la parte de la historia que nos pueda parecer más inverosímil, ya que nos conocemos tan bien.  “A todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:12).   Por eso, aprendemos hoy y celebramos hoy no solamente quién es y qué ha hecho Dios por nosotros, aprendemos y celebramos lo que nos sucede a nosotros a causa de este evento singular en la historia humana.

            En el mundo no parece real todo esto.  Parece inverosímil quizás más que nada porque hay tanto odio y falta de respeto por la dignidad de humana.  Sucede en todos nuestros países y en todas nuestras familias.  Sin embargo, podemos celebrar con gozo porque nos damos cuenta hoy que las cosas pueden ser distintas, porque nosotros mismos hemos sido llamados a ser distintos. Dios es amor – el amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.  La Palabra – el Hijo único de Dios – se ha encarnado y ya es para siempre uno de nosotros.  El nos ha hecho – aun cuando no nos damos cuenta – hijos e hijas de Dios.

            Cantemos nosotros con los ángeles esta Noche Buena: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2:14).