Tu actitud

Educar exige tiempo

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

W. Amadeus Mozart, a los siete años, escribía sonatas; y a los doce, óperas. Parece increíble, pero alguien lo hizo posible: su padre, Leopoldo Mozart, un gran músico que sacrificó sus muchas posibilidades de éxito para dedicarse por entero a la educación del pequeño genio.

Robert Browning, cuando contaba apenas cinco años, cierto día vio a su padre leyendo un libro. "¿Qué lees, papá?". El padre levanta su mirada y contesta: "El sitio de Troya". "¿Qué es Troya, papá?", pregunta el niño. La respuesta no fue: "Troya es una ciudad de la antigua Grecia. Ahora vete a jugar". Sino que allí mismo, en el cuarto de estar, el padre de Robert hizo con asientos y mesas una especie de ciudad. Una silla de brazos hizo de trono y en él puso al pequeño Robert.

"Aquí tienes a Troya, y tú eres el rey Príamo. Ahí está Helena de Troya, bella y zalamera (señaló a la gata bajo una banqueta). Allá fuera, en el patio, ¿ves unos perros grandes que tratan siempre de entrar en la casa? Son los aguerridos reyes Agamenón y Menelao que están poniendo sitio a Troya para apoderarse de Helena...".

A los siete años, Robert leía ya la Ilíada y había entrado con toda naturalidad, gracias al ingenio de su padre, en el mundo de la gran poesía. Años más tarde sería el más importante poeta inglés de la época victoriana.

—Lo malo es que ni mi hijo es un niño prodigio, ni yo tengo el talento musical de Leopoldo Mozart, y mucho menos el ingenio de Mr. Browning.

Yo tampoco, pero lo que buscamos no es que los chicos lleguen a ser grandes genios, sino simplemente educarlos bien. Y esto es más asequible. Ocúpate de despertar su interés, métete en su mundo, motívale.

Las conversaciones con los hijos no pueden ser aisladas, ni habitualmente tirantes, o con prisas, o a lo mejor únicamente cuando hay que dirimir una diferencia familiar, o hablar de dinero, o de las notas.

Los padres deben salir al paso de este peligro facilitando que haya frecuentes tertulias de familia. No es entonces la hora de preguntar la lección. Son ratos en los que todos exponen los incidentes y las pequeñas aventuras de la jornada. Donde el padre y la madre cuentan cosas que despiertan el interés de los hijos. Donde todos aprenden a vivir en familia.

Viene al caso comentar aquí el estudio realizado por la agencia norteamericana Leo Burnett acerca de los gustos y tendencias de la última generación de padres. Tienen poco más de treinta años, y ellos han sido los primeros en experimentar lo que es tener dos padres que trabajan, en un clima profesional de gran competencia y que exigía a ambos una prolongada ausencia del hogar.

Con dos sueldos en casa, no han sufrido muchas privaciones. Lo que han echado en falta ha sido que sus padres les dedicaran tiempo. "No quiero que mis hijos pasen lo que mis padres me han hecho pasar a mí", es la protesta mayoritaria de este segmento generacional que incluye a 48 millones de jóvenes en Estados Unidos. No se quejan de que les hayan impuesto nada, ni de que les hayan privado de comodidades. Lo que lamentan es que sus padres no les hayan dedicado tiempo, algo que no puede ser sustituido por regalos ni por bienestar material. La adicción al trabajo de que dieron prueba sus predecesores yuppies es a sus ojos una insensatez. No es que desprecien el dinero, pero tampoco consideran que lo decisivo de un empleo sea ganar más.

El tópico de dar a los hijos
las comodidades que ellos
no pudieron tener,
propio de la anterior generación,
ha dejado paso a la preocupación
de dedicarles el tiempo
que a ellos no les dedicaron.