¿Tiene sentido creer? 
¿Limita Dios mi libertad?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

He traído a estas páginas el relato de la conversión de García Morente, porque muchas personas pueden pasar en algún momento de su vida por una crisis en cierto modo parecida: al hombre le cuesta reconocer la realidad de la condición humana, y aceptarse a sí mismo como un ser creado por Dios y sujeto a un orden natural. Un orden fuera del cual jamás alcanzará su plenitud como hombre.

    Quizá por eso es tan corriente que la clave de una conversión esté en ese reconocimiento humilde de la realidad de la condición humana. Y quizá por la misma razón, en el rechazo de esa realidad —según cuenta el relato del Génesis— tuvo el origen el primer pecado: la resistencia a la conversión es, muchas veces, como una crisis del hombre que hace de la independencia personal una categoría absoluta.

    Una crisis por la que pasó otro gran pensador, cuya conversión tuvo lugar por aquella misma época pero a bastantes kilómetros de distancia. Así narra el británico C.S.Lewis su resistencia de aquel momento en que cambió su vida: "Aquel día cedí, admití que Dios era Dios y, de rodillas, recé...; entonces no vi lo que ahora es más claro: la humildad divina que acepta a un converso incluso en tales circunstancias...; el hijo pródigo al que traen revolviéndose, luchando, resentido y mirando en todas direcciones buscando la oportunidad de escapar...".

    —Me parece natural que al hombre le cueste aceptarlo, puesto que siempre supone comprometerse y, en definitiva, una hipoteca de su libertad...

   Comprometerse no es hipotecar la libertad, sino emplearla. Como decía la poeta rumana Doria Cornea, si rompes tus cadenas, te liberas; pero si cortas con tus raíces, mueres.

Romper las cadenas,
otorga libertad;
pero romper con todo compromiso 
es cortar las raíces de la persona.

    Y aunque es cierto que las personas que aceptan el riesgo de su libertad personal y se comprometen con lo elegido, renuncian a todas las cosas que no eligen, también es cierto que se enriquecen con las consecuencias de lo que han elegido. Si el hombre rehuyera de modo habitual el compromiso, aunque dijera hacerlo por un profundo amor por la libertad, lo que haría es condenar su vida a la total indecisión y esterilidad.

    Cuanto mejor se elige, y cuanto más se compromete la persona con lo escogido, tanto más se enriquece a sí misma y tanto más enriquece a los demás. Como asegura Antonio Orozco,

La libertad interesa porque
hay algo más allá de la libertad
que la supera y marca su sentido:
el bien.

    Si una elección supone un compromiso de aceptación de Dios, y esto refuerza algo que es propio de la naturaleza humana, será éste el uso más acertado de nuestra libertad.