¿Tiene sentido creer? 
¿Creer en algo que me complica la vida?
Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

—Hay veces en que la resistencia a creer en Dios es una resistencia de la voluntad para evitarse complicaciones morales...

    Es indudable que creer supone unas exigencias morales que pueden complicarnos un poco la vida. Pero si esas exigencias responden a la realidad de nuestra naturaleza de hombres, no seguirlas supondrá un serio perjuicio y nos complicará la vida aún más.

    Algunos se amparan en que no se puede conocer con certeza la existencia de Dios, para así vivir en la práctica como si no existiera. Y resuelven sus dudas intelectuales apostando a nivel práctico por la no-existencia de Dios, con una seguridad —y asumiendo unos riesgos— difíciles de conciliar con sus anteriores razonamientos. Es una postura cómoda para quienes buscan eludir algunas de las exigencias morales que supone la existencia de Dios, al tiempo que se evitan la molestia de rebatirlas. Su agnosticismo acaba siendo una sencilla máscara intelectual que esconde un sencillo ateísmo práctico sin mayores pretensiones intelectuales.

    Hay otros —a los que quizá habría que alabar inicialmente por su sinceridad—, que afirman creer en Dios, pero que prefieren ponerlo entre paréntesis porque, por alguna razón más o menos confesada, no les interesa que afecte a su vida. Se trata de un indiferentismo que, si bien puede ser efectivamente sincero, no parece precisamente un ejemplo de coherencia.

    Otros —quizá en parte porque les parece que la incredulidad es prueba de elegancia y de sabiduría— profesan una especie de agnosticismo estético, con el que hacen difíciles equilibrios entre el escepticismo y la búsqueda de aprobación social, o entre el miedo al compromiso y el miedo al qué dirán.

    En unos casos y en otros, son actitudes que responden a decisiones personales, que son muy libres de tomar, por supuesto, pero que no suelen partir de un discurso intelectual. El discurso suele venir después, para explicar su decisión.

    Se trata de una rotura entre inteligencia y voluntad de la que se viene hablando desde los orígenes más antiguos de la filosofía occidental, desde los presocráticos hasta el mismísimo Epicuro: "la separación entre teoría y vida anula a la filosofía como experiencia y esteriliza el pensamiento".

    —Otros, y parece que lo dicen honradamente, aseguran que si alguien les convenciera de que Dios existe, se convertirían. Pero que no pueden forzar una fe que no tienen. Dicen incluso les gustaría tener la fortuna de poseer esa fe que ve que hace tan felices a otros...

    También cabe dar la vuelta a ese razonamiento: ya que los ateos son minoría —y ciertamente lo son—, que demuestre que Dios no existe, o que no puede conocerse, y así entonces serías tú quien se convertiría a su postura.

    —De entrada, me diría que no tiene ningún interés en convertirme, como parezco tenerlo yo.

    Pienso que todo hombre realmente persuadido de estar en la verdad debe tener la ilusión de compartirla con los demás. Me parece que buscar que los demás se acerquen a lo que uno considera verdadero —respetando cuidadosamente la libertad, por supuesto—, siempre es algo positivo.

    —Quizá entonces admitiría que efectivamente tampoco se puede demostrar que no haya Dios, pero que al ser su existencia es algo dudoso, le parece igual de razonable apostar por cualquiera de las dos opciones.

    Sin embargo, él, en la práctica, vive como si Dios no existiera. Está viviendo, en definitiva, conforme a algo que tampoco puede demostrar. En el fondo, está teniendo fe en algo, pero con el agravante de que si efectivamente al final resultara que soy yo quien está en lo cierto, y Dios existe —cosa que sabremos dentro de no tanto tiempo—, lo más probable es que él haya salido perdiendo en esa apuesta, y por los siglos de los siglos.

    —Pero dirá que si resultara que Dios no existe, eres tú quien pierde, y él, en cambio, habría salido ganando.

    No está tan claro, pues no parece muy seguro que quienes viven al margen de Dios pasen una vida más feliz. Ellos mismos reconocen muchas veces —lo decías antes tú mismo— que incluso les gustaría creer, quizá porque ven que la fe hace felices a otros. Y es lógico que así suceda, puesto que tener fe es siempre servir a algo más elevado, y todo hombre —quiéralo o no— es siervo de las cosas en las que pone su felicidad.

    Sé que el razonamiento es un poco simple, pero quizá con más fuerza y razón de lo que aparenta. Si al final de la vida se comprueba que Dios existe, el agnóstico ha apostado por el error de más trascendencia que pueda haber. Y si Dios no existiera, tampoco habría salido ganando. Así que, hasta por esta razón de probabilidad, parece bastante razonable apostar por la fe.