¿Tiene sentido creer? 
¿Creer en algo que no estoy seguro de que exista? Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

—Hay personas que se declaran agnósticas porque dicen que nadie ha conseguido demostrarles de forma convincente que Dios existe. Y que no pueden rezar a un ser del que ni se sabe siquiera si verdaderamente existe, porque sería como arrojar al mar mensajes en una botella, con la duda de si alguna vez los recogerá alguien.

   Sin embargo —y perdona por la broma—, tengo entendido que los náufragos en islas desiertas arrojaban botellas al mar, o, al menos, eso se cuenta en las novelas.

   Y supongo que lo harían porque pensaban que confiar en algo que no sea una certeza aplastante e incontrovertible no tiene por qué ser una actitud absurda. Lo que quizá sí sería absurdo es quedarse sin hacer nada porque no se sabe con total seguridad si alguien llegará a encontrarse algún día con la botella.

   —Sí, pero dicen que ellos optan por no arriesgar nada, y por eso prefieren no creer en nada, puesto que no hay nada claramente probado.

   Con ese planteamiento, si me apuras, habría que dejar de creer incluso en que uno es hijo de sus padres —ya me perdonarás de nuevo por el ejemplo—, como única solución segura para evitar el riesgo de amar a unos padres falsos.

La mayoría de nuestros conocimientos
provienen del testimonio de otras personas,
y en la mayoría de los casos
no podemos comprobarlos incontrovertiblemente.

Incluido quiénes son nuestros padres, nuestro lugar y fecha de nacimiento, la mayor parte de la geografía y de la historia, y un larguísimo etcétera.

   Sin embargo, solemos creer que el medicamento que tomamos corresponde a lo que indica el rótulo de la caja, o que el indicador de salida de la autopista nos mandará al lugar que señala, o que realmente existe aquel lejano país que viene en los mapas y del que tanto habla la prensa pero que jamás hemos visitado. Porque eso es lo razonable.

   Nos pasamos la vida —todos, también quienes dicen que no creen en nada— teniendo fe en muchas cosas, corriendo riesgos, fiándonos de lo que no está claramente probado. La fe significa crédito o confianza. Si queremos demostrar todo, nos veremos abocados a un proceso infinito: la desconfianza absoluta recortaría drásticamente a una persona, y su vida quedaría reducida al pequeñísimo ámbito de lo que es comprobable por uno mismo.

   Por eso, el hecho de que la fe en Dios exija una actitud de aceptación es algo también muy razonable. Es mucho menos razonable el escepticismo absoluto, o pedir un desproporcionado grado de seguridad (y aún menos razonable si sólo se pide en cuestiones de fe o de moral).

   La misma amistad, sin ir más lejos, requiere del ejercicio de la fe y la confianza, puesto que, sin ellas, ningún amigo merecería tal nombre. Así lo entendía un pensador de la antigüedad, que se preguntaba: ¿Cómo puedo afirmar que no se debe creer en nada sin conocerlo directamente, si, en caso de no creer algo que no puede ser demostrado con seguridad por la razón, no existiría la amistad, ni el amor?