Sus estudios

Diversos modos de equivocarse

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

La materialización de la motivación lleva a la insaciabilidad, o la saturación, por falta de ingenio para disfrutar de la vida sin necesidad de nuevas y costosas aportaciones.

Pronto se echa de menos una autoridad limpia que no tenga su fundamento en atender el capricho. En un colegio pueden verse numerosos casos de chicos que han sufrido este triste proceso, por desgracia demasiado frecuente.

Recuerdo unos padres que me explicaban cómo habían prometido a su hijo –medianamente listo, pero que no había dado ni golpe en todo el curso– comprarle una moto para el verano si sólo suspendía cuatro o menos asignaturas en junio. Me sorprendía eso de cuatro o menos, porque no parecía una meta muy elevada, y les pregunté. "Es que –me dijeron– con cuatro suspensos todavía había posibilidades de que en septiembre pase curso...". Con tal sistema de motivación, el resultado fue proporcionado a la genialidad del plan. Aprobó todas menos cuatro (qué menos en un chico así), le compraron la moto (con gran sacrificio económico, y además, no una moto cualquiera, para que el chico no quedara avergonzado ante sus amigos), hizo numerosas amistades en un ambiente que no correspondía a su edad, no tocó un libro y suspendió de nuevo a la vuelta de las vacaciones las famosas cuatro asignaturas, con la consiguiente pérdida del curso. La anécdota no necesita glosa.

Recuerdo otro sucedido similar, que se refiere al remedio motivador que el ingenio de una madre vino a idear ante la falta de interés por el estudio de su hijo, también de esa misma edad. Resolvieron comprar a la criatura un pequeño aparato de televisión para su habitación, eso sí, con la promesa formal del chico de que a cambio estudiaría en adelante muchísimo más. El efecto fue inmediato y demoledor. El muchacho, con poca fuerza de voluntad, y que hasta entonces estudiaba poco, claudicó inevitablemente ante la cercana, continua y facilitada tentación televisiva, descendiendo enormemente su rendimiento escolar.

Otro error frecuente es el que podríamos denominar incontinencia castigadora. Unos padres contrariados porque su hijo, siempre brillante en los estudios, tiene un mal resultado académico, y vuelven a casa con el boletín de notas, envalentonados tras una enardecida conversación con su profesor en el colegio. Nada más llegar, dan al chico una solemne explicación de lo que va a ser el castigo que ha merecido. Disertación que por lo grandilocuente no desentonaría nada en una intervención parlamentaria. Le explican que no se va a mover de casa para nada, que se acabó la televisión, que no habrá cine ni salidas con sus amigos, que se queda sin paga semanal, y que se despida de la prometida bicicleta para el verano. Y que además, el castigo seguirá así, sin relajación alguna y sin posible remisión, hasta que lleguen las notas de junio, dentro de cuatro meses.

Después de un episodio semejante, lo más probable es que se produzca una de las dos siguientes situaciones.

La primera y más corriente es que efectivamente haya una relajación del castigo y se vayan sucediendo las escenas de hacer la vista gorda: la abuela cede por un lado, mamá por otro, un secretito de papá (cuántas veces muestran menos fortaleza los padres que las madres), y el niño, que no es tonto, acaba por superar, una por una, todas las barreras impuestas. De este modo se va erosionando el prestigio de los padres, que con los años acabarán teniendo que batirse en defensa numantina de las ruinas de una autoridad prácticamente destruida. Podríamos definir este efecto como inconstancia sancionadora.

La segunda posibilidad, propia de padres más tenaces, es que la larga duración del castigo –que al chico se le antojará interminable–, así como la imposibilidad de su remisión, corten radicalmente su esperanza. Este segundo efecto podría llamarse irrevocabilidad sancionadora. Con ella suele perderse el efecto pedagógico que debe buscarse en todo castigo, y acaba siendo contraproducente.

La enseñanza de este sucedido es clara: hay que dar posibilidad de remisión del castigo, basada en exigencias concretas de mejora personal; que no sea demasiado prolongado en el tiempo; y que de verdad estemos dispuestos a hacerlo cumplir. O, mejor aún, no castigar la primera vez, tener una conversación exigente y animante –examinando las causas del tropiezo–, y confiar en que mejorará, puesto que era un buen estudiante.

Un último ejemplo referido a los castigos físicos. Recuerdo la vergüenza ajena con que vi en una ocasión a una madre en la triste situación de correr detrás del hijo que huía del castigo corporal. Aparte de un espectáculo penoso, es muestra muy sintomática de una autoridad ya casi perdida. No se debe pegar, y quienes tengan que llegar a hacerlo habrán de ser conscientes de que es consecuencia de una larga acumulación de errores en la educación del chico y en la autoridad de los padres. Suele ser consecuencia de la irritación y de la pérdida del dominio de sí mismo.

—¿Por qué no resumes algunos consejos sobre los estudios?

Sin pretender ser exhaustivo ni descalificar otros criterios, propongo los siguientes: