Sus estudios

Castigar es fácil; motivar es difícil

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Vuelvo a insistir brevemente en la motivación y en el castigo, porque en los estudios de los chicos suelen tener bastante protagonismo.

Si se tiene verdadera autoridad,
raramente será necesario castigar.

Un simple detalle, una mirada o un sencillo comentario más severo que muestre que ha actuado mal, suele ser suficiente si le hemos educado bien y con cariño. El recurso al castigo es casi siempre la solución más cómoda y socorrida, la menos inteligente.

De todas formas, si honradamente no se te ocurre mejor solución, castiga. Pero que sepas que es porque antes no supiste hacerlo mejor; y que aún ahora existen otras soluciones. Pero no lo dejes pasar si crees que hay que actuar.

Cuando uses del castigo, el chico ha de quedar siempre con la sensación de que ha habido justicia, como si hubiera perdido en un juego con unas reglas muy claras y sin trampas. La reprensión y el castigo deben ser como el eco del reproche que el niño se haga a sí mismo en el interior de su conciencia. Si no se consigue esto, su eficacia es muy dudosa.

También conviene que los castigos sean en lo posible educativos, relacionados con la falta cometida. E incluso productivos, si es posible, porque así al cumplirlo no se añade la carga de sentir que se está haciendo algo absurdo o inútil.

Por eso, si tiene desordenado el armario, se le puede decir que lo ordene antes de salir. Si llega tarde a comer, puede recoger la mesa o hacer algún otro trabajo doméstico, y descargar así de trabajo a otros. Y si las notas no han sido buenas, habrá que marcarle unos mínimos exigentes en su estudio, y deberá cumplirlos.

Motivar no equivale a premiar. Es más. Es infundir un deseo de actuar de un modo determinado: de estudiar, de ayudar a los demás, de saber, de conocer.

La clave está
en lograr despertar
esos buenos deseos
que hay en toda persona,
porque detrás de esos deseos,
la educación viene sola.

Sería un error entender el premio como la mejor motivación, y más aún si fuera recompensa siempre material. Alguna vez puede ser solución, pero es grande el riesgo de entrar en la espiral de los caprichos, los regalos y las concesiones. Cualquier intento de comprarle en vez de educarle suele llevar a resultados tan malos como desafortunado y degradante es el sistema.

Multiplicar los regalos lleva a que no se valoren, y a sumergir al chico en un creciente consumismo. Usarlos como continuo cebo para obtener cualquier objetivo lleva a que necesite de ellos a cada paso. Premiar el no ser malo no es educar motivando.

Un chico bien educado
prefiere muchas otras cosas
antes que un regalo.

Valora mucho más encontrar en el momento adecuado una sonrisa, un pequeño elogio, un estímulo inteligente, unas palabras de ánimo, un sincero interesarse por lo que ha hecho. Es bueno que saboree la alegría de haber vencido las dificultades.

Cuando ha hecho
esfuerzos y progresos
debe saber que
lo habéis visto
y que estáis contentos de él.

Con los regalos no se puede sustituir lo insustituible: el trato humano, la alegría del hijo por la satisfacción de los padres al contemplar su buen hacer, y la satisfacción propia: aquello a lo que se refería Séneca cuando dijo que el premio de la buena obra es haberla realizado.