¿Son compatibles ciencia y fe? 
¿Quién protege al hombre de su tendencia al mal?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

El combate que el hombre libra contra el mal excede infinitamente los medios de la sola razón. Puede demostrarse en mil hechos tan actuales como el racismo, la droga o el alcohol. O en todos esos otros horribles crímenes de que ha sido testigo el siglo XX: desde el genocidio perpetrado por los nazis hasta la locura de Pol Pot en Camboya, pasando por el stalinismo y el maoísmo (cometidos todos por totalitarismos ateos sistemáticos).

    —Pero los crímenes cometidos en nombre de la razón no pueden hacer olvidar los que se han cometido en nombre de la fe.

    Es cierto, pero la razón no puede ser salvada por la razón. Eso sería ilusorio. Esos crímenes han demostrado lo que puede llegar a hacer el hombre. Y hemos visto cómo la razón no ha impedido nada. Y es verdad que ha habido personas que han empleado el estandarte de la fe para cometer crímenes, pero jamás han llegado a atrocidades que puedan siquiera compararse a ésas.

    Es salvar el honor de la razón —asegura Jean-Marie Lustiger— reconocer los peligros que encierra. La razón está en los hombres concretos, y está por tanto sujeta a errores. Puede ofuscarse, puede llegar al extravío, incluso a la perversión.

    Concebir la razón como la gran soberana, independiente del bien que debe buscar el hombre, es quizá como ponerse en manos de un ordenador: es un instrumento muy capaz, procesa gran cantidad de datos, todo su desarrollo es perfectamente lógico, pero alguien tiene que asegurar que está bien programado. De la misma manera, la verdadera fe es una guía insustituible, puesto que la razón puede extraviarse.

    La razón es una de las más nobles capacidades que distinguen a la especie humana, y nos alegra ver sus triunfos, y las conquistas de la ciencia, y su lucha por construir un mundo mejor. Pero conviene siempre reconocer la limitación humana, así como el orden natural impuesto por Dios, permite al hombre preservar su dignidad y evitar muchos errores.

    La historia está llena de cadáveres ideológicos, y a nadie le extraña encontrarlos perfectamente alineados cuando vuelve su vista atrás para aprender de la historia. Y entre ellos, salpicados a lo largo de los siglos, puede verse a toda una legión de "profetas" que han ido asegurando —sobre todo en los últimos doscientos años— la pronta y definitiva desaparición de la Iglesia, y del fenómeno religioso en su conjunto.

    Sin embargo, la historia muestra que son precisamente los que con tanta pasión hacen esas condenas quienes van desapareciendo uno tras otro, mientras la Iglesia continúa adelante después de dos mil años —pocas instituciones pueden decir lo mismo—, y la religiosidad sigue siendo una constante en todas las civilizaciones de todos los tiempos.

    La Iglesia, que ha presenciado tantas catástrofes que barrieron imperios enteros, atestigua con su mera subsistencia la fuerza que late en ella. "Los pueblos pasan —observaba Napoléon—, los tronos se derrumban, pero la Iglesia permanece."

    Algo que hace sospechar que el hecho religioso forma parte de la naturaleza del hombre, y que la Iglesia está alentada por un espíritu que no es de origen humano.