¿Son compatibles ciencia y fe? 
¿Puede la ciencia explicarlo todo?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

Una mirada al desarrollo científico con un poco de perspectiva histórica nos deja asombrados de la rapidez con que las máquinas se trasladan a los museos. Bastantes afirmaciones de las revistas científicas actuales probablemente sean motivo de hilaridad o de asombro para las generaciones futuras, quizá dentro de no tanto tiempo.

    La historia de las ciencias nos advierte, con terca insistencia, de un hecho irrefutable: pocas teorías científicas logran mantenerse siquiera unos pocos siglos; muchas veces, tan sólo unos años; y en algunas ocasiones, se comprueba su inconsistencia a los pocos días de ser difundidas, en cuanto algún mejor conocedor de esa ciencia las escucha y las rebate.

    La mayoría de las afirmaciones de la ciencia van siendo sustituidas, una tras otra, poco a poco, por otras explicaciones más complejas y contrastadas de esa misma realidad. Eran hipótesis que fueron consideradas como ciertas durante una serie de años, o de siglos, y que un día quedan superadas. A veces, quedan englobadas dentro de teorías más completas, de las que la antigua hipótesis es un corolario o un simple caso particular. Otras, desaparecen por completo del ámbito científico y quedan totalmente obsoletas.

    La postura propia de la ciencia experimental habría de ser siempre, por tanto, extremadamente cauta en sus afirmaciones. «Una insidia perniciosa —escribía John Eccles al poco de recibir el Premio Nobel por sus investigaciones en neurocirugía— surge de la pretensión de algunos científicos, incluso eminentes, de que la ciencia proporcionará pronto una explicación completa de todos los fenómenos del mundo natural y de todas nuestras experiencias subjetivas...

    »Una extravagante y falsa pretensión que ha sido calificada irónicamente por Popper como materialismo promisorio.

    »Es importante reconocer que, aunque un científico pueda formular esta pretensión, no actuaría entonces como científico, sino como un profeta enmascarado de científico. Eso sería cientifismo, no ciencia, aunque impresione fuertemente al profano, convencido como está de que la ciencia suministra incontrovertiblemente la verdad.

    »El científico no debe pensar que posee un conocimiento cierto de toda la verdad. Lo más que podemos hacer los científicos es aproximarnos más de cerca a un entendimiento verdadero de los fenómenos naturales mediante la eliminación de errores en nuestras hipótesis. Es de la mayor importancia para los científicos que aparezcan ante el público como lo que realmente son: humildes buscadores de la verdad.»

    En cambio, la inmodestia —en estos casos y en casi todos— suele ir unida a la ignorancia. La suficiencia con que algunos hablan se presenta como una actitud muy poco científica:

Los científicos sensatos
nunca dan categoría de dogma
a sus hipótesis.

    Ese cientifismo altivo ha hecho siempre muy flaco servicio al rigor de la verdadera ciencia. Sócrates decía que la mayor sabiduría humana es saber que sabemos muy poco. Y también lo decía Séneca:

Muchos habrían sido sabios
si no hubieran creído demasiado pronto
que ya lo eran.