El desarrollo emocional adolescente 
El descubrimiento de la libertad interior

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

Parte importante de ese proceso de maduración del adolescente es su progresivo descubrimiento de la libertad interior.

Al principio, es fácil que identifique obligación con coacción, que perciba la idea del deber como una pérdida de libertad. Sin embargo, con el tiempo va cobrando conciencia de que en su vida hay elementos que le acercan a su desarrollo más pleno, y otros que, en cambio, le alejan de él. Advierte que, con la conducta personal, unas veces se teje y otras se desteje; que ha de distinguir mejor entre lo que le apetece y lo que le conviene; y que si no procura hacer lo que debe hacer, no logrará ser verdaderamente libre.

Descubre que si su libertad
elige la insolidaridad,
o si elige dejándose dominar por la pereza,
o elige desde la soledad del propio egoísmo,
será una libertad vacía.

Percibir el deber como una obligación coactiva es uno de los errores más graves que acechan el proceso de su desarrollo emocional. Por eso, debe comprender pronto que actuar conforme al deber es algo que nos perfecciona; que si aceptamos nuestro deber como una voz amiga, acabaremos asumiéndolo de modo gustoso y cordial.

Y descubrimos entonces
que el gran logro de la educación afectiva
es conseguir –en lo posible–
unir el querer y el deber.

Así, además, se alcanza un grado de libertad mucho mayor.

La felicidad no está en hacer
lo que uno quiere,
sino en querer
lo que uno debe hacer.

Así nos sentiremos ligados al deber, pero no obligados, ni forzados, ni coaccionados, porque percibiremos el deber como un ideal que nos lleva a la plenitud. Goethe decía que no nos hacemos libres por negarnos a aceptar nada superior a nosotros, sino por aceptar lo que está realmente por encima de nosotros. Percibir el deber como ideal constituye una de las mayores conquistas de la verdadera libertad.

Esto puede apreciarse en situaciones muy variadas. Por ejemplo, el hombre sometido a sus apetencias es un hombre que vive recluido en una interioridad egoísta, que tendrá una enorme dificultad para dirigir la atención fuera de sí mismo. Una persona acosada por los deseos hasta el extremo de no poder dominarlos, es una persona incapaz de percibir los valores que reclaman su primacía sobre esas apetencias, y será por eso una persona falta de libertad.

—¿A qué tipo de deseos y apetencias te refieres?

Me refiero a dejarse absorber por la pereza, el desorden, el egoísmo, una ambición insana, una vida sexual desordenada, el alcohol, etc. Son cosas bien distintas.

Pero todas coinciden en que
al principio no exigen nada:
invitan a dejarse llevar,
lo prometen todo,
pero al final te dejan vacío y triste.

Se trata de una dinámica que, al no ser exigente, parece concederlo todo a quien se entrega a ella. Pero quien cede a la sugestión fascinadora de buscar la felicidad por esos atajos, con el tiempo se encontrará defraudado y se dará cuenta de que ha equivocado el camino.

—Por cierto, es la primera vez que te has referido a la vida sexual en todo el libro. Pensé que saldría con más frecuencia.

Lo hago así porque considero equivocados los enfoques de la educación afectiva que se centran demasiado en la sexualidad, como si fuera la cuestión clave.

—Pero es importante, como se comprueba en tantos fracasos sentimentales en noviazgos y matrimonios.

Me parece que una buena educación sexual ha de fundamentarse en una buena educación de los sentimientos. Si falla la educación afectiva, será difícil acertar en la conducta sexual.

—Pero también una conducta sexual equivocada puede perturbar la educación de los sentimientos.

Sí. Y así ocurre, por ejemplo, cuando un noviazgo está presidido y mediatizado por intereses eróticos. La sexualidad bien vivida en el matrimonio es algo maravilloso y fascinador, pero en cambio fuera de sus límites naturales es algo realmente peligroso. Igual que hacer fuego es estupendo, por ejemplo, un día de invierno en la chimenea, pero en cambio es muy peligroso encima de la moqueta o del sofá.

Por ejemplo, como ha señalado López Quintás, si un chico piensa que ama a una chica, pero lo que ama en realidad son sólo las cualidades de esa chica que le resultan agradables, y sobre todo si son de tipo sexual, es probable que haya más amor a sí mismo que otra cosa, y que ame sobre todo el halago y el hechizo que le producen esas cualidades. Y si esas cualidades pierden interés, debido al tiempo o a lo que sea, o dejan de resultar placenteras por el embotamiento que produce la repetición de estímulos, pensará que su amor ha desaparecido, aunque quizá sería mejor decir que ese amor apenas llegó a existir, pues desde el principio estuvo impregnado de egoísmo. Es verdad que el noviazgo precisa de una atracción mutua, también física, pero confundir la lujuria con la atracción entre el hombre y la mujer es dar el mismo nombre al tumor y al órgano que éste corroe. Quien apetece a otra persona sobre todo para saciar su avidez sexual, no establece apenas vínculos personales con ella, sino que la utiliza. En cambio, el que ama da lo que tiene, se da a sí mismo. Son actitudes bien distintas: una arranca del egoísmo, la otra de la generosidad.

—¿Y piensas que entonces el sexo les separa, en vez de unirles?

Pienso que cuanto más se sexualiza un noviazgo, más riesgo hay de que derive en una yuxtaposición de dos egoísmos. En esos casos, el placer sustituye al cariño con más facilidad de lo que parece, y se introducen en una atmósfera hedonista que ensombrece el horizonte del amor y les impregna de frustración y de tristeza.

La adicción al sexo tiende siempre a pedir más, pues la sensibilidad sufre un desgaste y reclama estímulos cada vez más intensos si quiere mantener el nivel de excitación. Produce euforia al principio, pero enseguida acaba en decepción. Tampoco es liberadora; a lo más, puede ser sedativa, pero una sedación bastante fugaz. Además, a quien se enfrasca en la satisfacción de sus placeres le resulta difícil despegarse de ellos para pensar de verdad en los demás. Quien no logra tomar las riendas de sus propios impulsos, difícilmente podrá orientarlos hacia un ideal, pues dar primacía a un valor superior siempre supone un sacrificio.

—Pero muchos entienden ese planteamiento como un reprimirse inútil.

Reprimirse es prescindir de algo atractivo para quedarse vacío. Pero cuando, por ejemplo, una madre se priva de algo por amor a un hijo suyo, no se dice que se esté reprimiendo, sino que se está sacrificando por obtener algo mejor para su hijo. Y cuando un novio o una novia guardan su cuerpo para entregarlo limpio (y no de segunda mano) en el matrimonio, no se reprimen sino que apuestan por algo superior.

Como apunta Pam Stenzel, compartir el sexo con otra persona es –salvando la pobreza de la comparación– como unir ambas vidas con una cinta adhesiva. Si pretendes emplear esa cinta con unos y otros, encontrarás que cada vez une menos y que se lleva adherida un poco de suciedad de cada relación.

O como me explicaba en una ocasión Gonzalo, un chico de diecinueve años con una novia encantadora: «A lo mejor, en determinado momento, guardarte para tu novia puede costarte más, o puedes sentirte menos ante otros por no tener determinadas experiencias sexuales; pero en cuanto observas las cosas desde una perspectiva más amplia, ves enseguida que, al esperar, estás conservando un tesoro muy valioso, y no quieres echarlo por la borda. Cuando algunos te miran por encima del hombro por no funcionar como ellos, pienso que yo podría hacer lo mismo que ellos cualquier día sin ningún esfuerzo, pero en cambio me parece que a ellos les costaría bastante desintoxicarse de todo el exceso de sexo que tienen ya encima. He decidido esperar hasta casarme, y el hecho de que mi novia también sea capaz de esperar unos años por mí, me parece una buena muestra de lo que ella vale y de lo que me quiere.»