Sentimientos y carácter 
Sentimientos de inferioridad

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

Como ha señalado Javier de las Heras, el sentimiento de inferioridad se debe a la existencia de un defecto que se vive como algo vergonzoso, humillante, indigno de uno mismo e inaceptable. En no pocos casos, además, se trata sólo de un presunto defecto, pues cuando desde fuera se conoce y se analiza con un mínimo de objetividad, se comprueba que no hay motivos de peso para considerarlo tal, o al menos se le está dando una importancia desmesurada.

En unos casos, esos defectos son de tipo físico o estético. En otros, se basan en supuestas carencias relacionadas con dotes personales de otro tipo: capacidad intelectual, sentido práctico, memoria, nivel de estudios o de educación, dominio de los convencionalismos sociales o de las relaciones humanas, etc. Otras veces no se trata propiamente de un defecto, sino de un sentimiento de vergüenza o de retraimiento por el origen, el pasado, el entorno familiar, la extracción social, etc.

Se trate de lo que se trate, ese defecto o limitación produce un intenso rechazo en quien lo posee, que no es capaz de aceptarlo ni de asumirlo como tal. Se siente notablemente condicionado, y a veces incluso frustrado por la sensación de impotencia que produce el convencimiento de no poder liberarse de esa deficiencia, de no encontrar la manera de acabar con ella.

Lo habitual es que esas evidencias interiores (que muchas veces no resultan nada previsibles ni evidentes desde el exterior), constituyan un intenso y profundo motivo de desasosiego y condicionen bastante la personalidad y el comportamiento de quien las sufre. En algunos, produce una insana tendencia a buscar seguridad en todo aquello que piensan que puede prestigiarles ante los demás. En el caso de un escolar, por ejemplo, puede llevarle a extenuarse por sacar muy buenas notas, o por destacar en fortaleza física o en los deportes, o bien a mostrarse crítico o agresivo, o a intentar mostrarse más atrevido o desinhibido que nadie en materia sexual. Es algo que sucede más de lo que parece, y que es relativamente fácil reconducir si un buen educador lo sabe abordar.

La fuerte carga subjetiva de este tipo de sentimientos puede hacer que una persona con unas cualidades muy superiores a la media de quienes le rodean, esté fuertemente condicionada por un sensación de inferioridad proveniente de cualquier sencilla cuestión de poca importancia. Puede ser, por ejemplo, una persona bien parecida pero que tiene un pequeño defecto físico y esto le condiciona mucho subjetivamente; o alguien de brillante curriculum pero con alguna limitación (por ejemplo, en las relaciones humanas) que le lleva a pensar que todo lo hace mal, y eso le crea una fuerte inseguridad; etc.

Lo peor es que a veces ese sentimiento de inferioridad desborda los límites naturales de ese defecto o limitación, e impregna por completo la valoración que uno tiene de sí mismo, produciendo una sensación generalizada de desencanto. Es como si toda la percepción global que uno tiene de sí mismo se contaminara de ese sentimiento de inferioridad. Sus consecuencias más habituales son la inseguridad y la inestabilidad emocional. Además, al sentirse inferiores, les cuesta mucho atreverse a hacer las cosas según su propio criterio, dudan constantemente, se angustian con facilidad y terminan por depender demasiado de la opinión de otras personas.

—¿Y cuál es la solución?

En muchos casos, bastaría con aprender de la actitud de Robinson Crusoe, el protagonista de aquella famosa novela de Daniel Defoe. Aquel hombre sobrevivió veintiocho años en una isla desierta gracias a su ingenio y su habilidad, y sobre todo gracias a que se esforzó en considerar su situación más desde el lado bueno que desde el malo. Se habituó a fijarse más en sus satisfacciones que en sus privaciones, y comprendió que la mayoría de las personas no disfrutan de lo que tienen porque ambicionan demasiado lo que no tienen.

La aflicción que nos causa
lo que no tenemos
proviene de nuestra poca gratitud
por lo que tenemos

Otras veces, esos sentimientos de inferioridad estarán referidos a una persona cercana con la que uno se siente constantemente comparado, y que ha llegado a ser como una referencia permanente de frustración. Es un efecto que a veces se produce, por ejemplo, en personas cuya autoestimación personal está fuertemente dañada desde su infancia por las continuas comparaciones con otro hermano más brillante (al que nunca consigue superar, por mucho que lo intenta); o por un desorbitado afán de destacar frente a otros compañeros de estudio mejor dotados; o por un agobiante anhelo de ser competente en más cosas de las que puede abarcar; etc. También se produce a veces en el propio matrimonio, cuando se comete el error de entrar en una dinámica de rivalidad, ya sea por el afecto de los hijos, por la autoafirmación profesional, en las relaciones sociales, etc.

—Y esos sentimientos de inferioridad, ¿suelen aparecer poco a poco, o pueden sobrevenir de pronto?

Lo más normal es que se vayan instalando de modo paulatino, a medida que el defecto o la limitación correspondiente se va percibiendo como tal en la propia intimidad, que es donde se ganan o pierden estas batallas.

Sin embargo, a veces surgen de modo brusco, como consecuencia directa de una mala experiencia, o del comentario u observación de una persona que pone en evidencia –objetiva o subjetiva– ese defecto, y, por la razón que sea, resulta en ese momento intensamente humillante o traumático, e impacta de modo decisivo en la propia personalidad.

—¿Y en qué momentos de la vida suele producirse más?

Las épocas más proclives para esas impresiones son el final de la infancia y todo el periodo de la adolescencia. Por eso es importante en esas edades ayudarles a ser personas seguras y con confianza en sí mismas.

—Pero tan nocivos pueden ser los sentimientos de inferioridad como los de superioridad, supongo.

Muchos autores aseguran que las actitudes de superioridad suelen tener su origen en un intento de compensar un sentimiento de inferioridad firmemente arraigado. Esos complejos hipercompensados suelen provocar actitudes presuntuosas, arrogantes e inflexibles. Se manifiestan entonces como personas envanecidas que tienden a tratar a los demás con poca consideración. Y si a veces se muestran más tolerantes o benevolentes, es con un trasfondo paternalista, como si quisieran destacar aún más su poco elegante actitud de superioridad.

Son personas a las que gusta darse importancia, que exageran sus méritos y capacidades siempre que pueden. Siempre encuentran el modo de hablar, incluso a veces con aparente modestia, de manera que susciten –eso piensan ellos– admiración y deslumbramiento. Suelen ser bastante sensibles al halago, y por eso son presa fácil de los aduladores. Fingen despreciar las críticas, pero en realidad las analizan atentamente, y esperan rencorosamente la ocasión de vengarse. Están siempre pendientes de su imagen, muchas veces profundamente inauténtica, y con frecuencia recurren a defender ideas excéntricas, o a llevar un aspecto exterior peculiar y extravagante, con objeto de aparecer como personas originales o con rasgos de genialidad. Buscan el modo de sorprender, para obtener así en otros algún eco que les confirme en su intento de convencerse de su identidad idealizada. Por el camino de la inferioridad acaban en el narcisismo más frustrante.