Origen del cristianismo

¿Existió realmente Jesucristo?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

La objeción según la cual toda la religión cristiana puede ser solamente una simple ilusión reconfortante es quizá la que más profundamente puede inquietar a un creyente.

    Sin embargo, la esencial referencia histórica a acontecimientos fundacionales de la fe cristiana, distingue radicalmente desde un principio al cristianismo de todas las construcciones humanas. Hay una diferencia abismal entre la fe cristiana, inscrita en los hechos de la historia, y los mitos intemporales de las religiones antiguas, que carecen de historia y sólo muestran de ésta la apariencia superficial de una narración.

    En Jesucristo se da el caso, poco frecuente respecto a otros personajes de la Antigüedad, de que

su existencia histórica
está testimoniada por documentos
de tres culturas diferentes:
la cristiana, la romana y la judía.

    Es perfectamente comprobable que Jesús de Nazareth es el nombre de una persona histórica que vivió en Palestina bajo los emperadores Augusto y Tiberio, y que nació el año 6 ó 5 antes de nuestra era (años 748 o 749 de la fundación de Roma), y murió el 7 u 8 de abril (14 o 15 del mes de Nisán) del año 30 de nuestra era, bajo el poder del procurador Poncio Pilato.

    El historiador romano Tácito ya mencionaba de pasada en sus Annales —escritos hacia el año 116 a partir de las Actas de los archivos oficiales del Imperio— la condena al suplicio de un cierto Christus por el procurador Poncio Pilato, durante el imperio de Tiberio.

    Bien es sabido, por otra parte, que Tácito tenía pocas razones para interesarse por la oscura aventura de un profeta judío en un rincón perdido del imperio. Si menciona el nombre de Christus se debe únicamente a que el relato de la vida de Nerón le lleva a hablar de los cristianos en relación con el incendio de Roma del año 64. Pero el nombre queda citado.

    Hay muchos otros testimonios de Jesucristo totalmente externos al Nuevo Testamento: aparecen diversas menciones en una carta escrita hacia el año 112 por Plinio el Joven a su tío el emperador Trajano; otras de Suetonio, secretario de Adriano, en su Vidas de los Césares, hacia el año 120; de Flavio Josefo, conocido historiador judío, en sus Antigüedades judías, del año 94; el mismo Talmud de los judíos hace varias referencias despectivas acerca de Jesús, como un hereje que sedujo y extravió al pueblo de Israel interpretando torcidamente la Thorá; el griego Luciano de Samosata presenta a Jesús como un vulgar embaucador; y Celso, un filósofo pagano, lo describe como un peligro para la sociedad.

    Nadie se atrevería a calificar de interesados o comprometidos con la fe cristiana a esos autores que —sin saberlo— han contribuido a probar inequívocamente la existencia histórica de Jesús de Nazareth. Los testimonios son tan incontrovertibles que hace ya mucho tiempo que ningún historiador medianamente serio se atreve a negar la existencia histórica de Jesucristo y de sus discípulos.