Origen del cristianismo

¿Es verdad lo que cuentan los evangelios?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

Respecto a la veracidad de los evangelios, podrían señalarse multitud de razones. Pascal, refiriéndose al testimonio que dieron con su vida los primeros cristianos, señala un argumento muy sencillo y convincente:

Creo con más facilidad
las historias cuyos testigos
se dejan martirizar en
comprobación de su testimonio.

    Haber llegado a la muerte por ser fieles a las enseñanzas de los evangelios otorga a esas personas una fuerte garantía de veracidad (por lo menos, se conocen pocos mentirosos que hayan muerto por defender sus mentiras).

    Por otra parte, es bastante llamativo, por ejemplo, que los evangelistas no callen sus propios defectos ni las reprensiones recibidas de su maestro, así como que relaten hechos embarazosos para los cristianos, que un falsificador podría haber ocultado. ¿Por qué no se han corregido, o al menos pulido un poco, los pasajes más delicados?

    ¿Qué razones hay, por ejemplo, para que se narre la traición y dramática muerte de Judas, uno de los doce apóstoles, elegido personalmente por Jesucristo? Ha habido —señala Vittorio Messori— muchas oportunidades para omitir ese episodio, que desde el inicio fue motivo de escarnio contra los cristianos (¿Qué clase de profeta es éste —ironizaba Celso—, que no sabe siquiera elegir a sus seguidores?); sin embargo, el pasaje ha llegado inalterado hasta nosotros.

    La única explicación razonable es que ese hecho, por desgraciado que fuera, ocurrió realmente. Los evangelistas estaban obligados a respetar la verdad porque, de lo contrario —y dejando margen a otros motivos—, las falsificaciones habrían sido denunciadas por sus contemporáneos. Los cristianos fueron en aquellos tiempos objeto de burlas, se les consideró locos, pero no se puso en discusión que lo que predicaran no correspondiera a la verdad de lo que sucedió.

    Además, puestos a inventar —continúa Messori—, difícilmente los evangelistas hubieran ideado episodios como la huida de los apóstoles ante la Pasión, la triple negación de Pedro, las palabras de Cristo en el Huerto de los Olivos o su exclamación en la cruz ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"), sucesos que nadie habría osado escribir si no hubieran sido escrupulosamente reales: tan contrarios eran a la idea de un Mesías, victorioso y potente, arraigada en la mentalidad hebrea de la época.

    Ante contrastes de este tipo, el propio Rousseau, nada sospechoso de simpatía hacia la fe católica, solía afirmar, hablando de los evangelios: ¿Invenciones...? Amigo, así no se inventa.

    La mayoría de los argumentos que en estos dos últimos siglos se han dirigido contra la veracidad de los evangelios parecen dictados por un prejuicio ideológico. Y toda esa fuerte crítica, que en algunos momentos pareció poner en crisis la fe tratando de eliminar su base histórica, ha logrado más bien, como de rebote, fortalecerla. Un gran número de sucesivos descubrimientos ha ido barriendo poco a poco toda la nube de hipótesis que se habían ido formando en su contra.

    La nube que ahora flota en el ambiente es más bien la sospecha de si muchos de aquellos grandes desmitificadores de la fe no habrán resultado finalmente ser, en realidad, unos grandes inventores de mitos en torno a la interpretación de los evangelios (unos mitos que por aquellos años nadie osaba discutir). Hoy —asegura Lucien Cerfaux, prestigioso especialista de exégesis bíblica—, después de dos siglos de ensañamiento crítico, estamos descubriendo con sorpresa que, posiblemente, el modo más "científico" de leer los evangelios es leerlos con sencillez.