Objeciones a a Iglesia católica

¿Una antigua desconfianza hacia la mujer?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

—Muchos piensan que, aunque efectivamente hayan mejorado mucho las cosas en los últimos tiempos, quedan en la Iglesia rastros de su antigua desconfianza hacia la mujer. He oído incluso decir que la Iglesia tardó algunos siglos en reconocer que las mujeres tuvieran alma.

    Desde luego, lo de la ausencia de alma en la mujer nunca lo pensó la Iglesia católica, y ese infundio lo desmiente con rotundidad la historia: las santas y las mártires fueron veneradas desde los primeros siglos del cristianismo, y su glorificación brilla en todos los templos cristianos de la antigüedad, y siempre hubo tanto mujeres como hombres en el catálogo romano de canonizaciones.

    Además, la Iglesia católica, como es sabido, venera desde los primerísimos tiempos a la Virgen María, una mujer, como madre de Dios y como la más perfecta de las criaturas. Todo ello, como comprenderás, es poco compatible con semejante leyenda.

    —¿Y no es cierto al menos que la Iglesia admitió que la mujer era inferior al hombre porque, según el relato del Génesis, fue creada después que él?

    Ha habido, sin duda, algunos pensadores cristianos lo bastante ridículos como para pretender que la mujer era un ser inferior, haciendo una interpretación realmente sorprendente de ese relato del Génesis.

    Pero es algo que no tiene mayor importancia: ya observó Aristóteles que no había en el mundo idea absurda que no tuviera al menos algún filósofo para sostenerla, y ya se ve que su observación puede extenderse también a las variadísimas afirmaciones absurdas que se han hecho en torno a la teología católica a lo largo de los siglos.

    Hay que pensar que durante los primeros siglos del cristianismo, los concilios dedicaron mucho tiempo a condenar errores. Uno de ellos fue éste. Sin embargo, como dice André Frossard,

No pueden imputarse a la Iglesia
las aberraciones que se vio obligada
a denunciar y condenar:
sería tanto como responsabilizar al Ministro de Justicia
de todas los delitos que castiga el Código Penal.

    —Pero San Pablo, por ejemplo, manda en una de sus epístolas que las mujeres se mantengan calladas en las asambleas.

    Y con ello demuestra que ellas participaban en esas asambleas, algo absolutamente inimaginable durante muchísimos siglos en nuestras modernas y avanzadas asambleas parlamentarias occidentales.

    Un sencillo análisis de la historia permite ver que la discriminación de la mujer ha sido un fenómeno muy extendido a lo largo de los siglos, y eso es algo lamentable, pero no me parece justo achacarlo a la Iglesia.

    Por poner un ejemplo, bien ilustrativo, podemos señalar que el acceso general de la mujer al voto en las elecciones democráticas civiles de nuestras modernas sociedades occidentales comenzó con Finlandia en 1906, y no llegó a Estados Unidos hasta 1920, a Gran Bretaña hasta 1928, y a España hasta 1931. Otros países de nuestro entorno no alcanzaron el pleno derecho de sufragio femenino hasta mucho después: Francia en 1944, Italia en 1945, Bélgica en 1948 y Suiza en 1971.

    Para ser justo, hay que integrar ese comentario de San Pablo en la mentalidad imperante en aquellos tiempos. A nadie de esa época, fuera judío o romano, se le habría pasado por la cabeza dar a las mujeres tanto protagonismo como tienen en el Nuevo Testamento, totalmente impensable por aquel entonces (de hecho, fue durante mucho tiempo objeto de crítica por parte de muchos autores no cristianos). Sería más justo decir, en todo caso, que las fuertes exigencias de la moral cristiana contribuyeron a amortiguar aquella lamentable situación.