Objeciones a a Iglesia católica

¿Por qué las mujeres no pueden ordenarse?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

—El hecho de que las mujeres no puedan ordenarse es para muchos un ejemplo de la pervivencia en la Iglesia de esa supuesta discriminación hacia la mujer.

    La Iglesia católica afirma que hay un sacerdocio común de todos los fieles, tanto varones como mujeres; y que el sacerdocio ministerial corresponde sólo a los varones, entre otras razones, porque no considera la Santa Misa una simple evocación simbólica o conmemorativa, sino la renovación incruenta del sacrificio de la Cruz; y como Jesucristo era un varón, y el sacerdote en la Santa Misa presta su cuerpo a Cristo, lo propio es que el sacerdote sea un varón.

—Entonces, ¿las mujeres no tienen ese derecho?

    El sacerdocio no es un derecho, sino una llamada. Jesucristo llamó a los que quiso, y no puede pasarse por alto el hecho de que no eligió entre los doce apóstoles a ninguna mujer, y es evidente que podía haberlo hecho con facilidad: a su lado iban siempre algunas mujeres (que le seguirían hasta la cruz, donde, por cierto, todos los apóstoles menos uno le abandonarían), y no habría extrañado a nadie en aquellos tiempos, en los que sí había sacerdotisas.

    ¿Por qué Jesucristo no eligió a ninguna? No es fácil saberlo. El caso es que tampoco lo hicieron los apóstoles al designar a sus sucesores, y desde los primeros tiempos la Iglesia ha seguido así –sin que esto suponga ningún menoscabo para la mujer– por fidelidad a la voluntad fundacional de Jesucristo.

    Por otra parte, no se requiere ser sacerdote para alcanzar la santidad, ni debe considerarse la ordenación como un premio del que se ha privado a las mujeres: se trata más bien de un servicio que corresponde a los varones.

—De todas formas, no parece muy feminista por parte de la Iglesia...

    El caso es que el Papa y los obispos no pueden cambiar el comportamiento de Jesucristo, ni tienen interés alguno en hacerlo. Lo que reconocen y promueven es el papel de la mujer, y han recomendado reciente y repetidamente que participen las mujeres en la vida de la Iglesia sin ninguna discriminación, también en las consultas y en la elaboración de las decisiones, en los Consejos y Sínodos diocesanos y en los Concilios particulares.

    «Porque soy profundamente feminista –concluyo con unas palabras de la escritora Régine Pernoud publicadas en Le Figaro–, la ordenación de mujeres me parece contraria a los intereses mismos de las mujeres. Se trata de algo que entraña el peligro de confirmar a las mujeres la creencia de que para ellas la promoción consiste en hacer todo lo que hacen los hombres, como si su progreso fuera actuar exactamente como ellos.

    »Que el hombre y la mujer tienen igualdad de derechos, nos lo ha enseñado el Evangelio. Los mismos apóstoles, cuando Cristo anuncia la absoluta reciprocidad de deberes entre el marido y la mujer, se quedan perplejos: tan evidente era que eso iba en contra de la mentalidad de la época.

    »Esto hace más significativa la decisión de Cristo de escoger, entre los hombres y mujeres que le rodeaban, doce hombres que habían de recibir la consagración eucarística durante la Última Cena en el cenáculo de Jerusalén. Observemos que, en esa misma sala, las mujeres se encuentran mezcladas con los hombres para recibir la irrupción del Espíritu Santo en Pentecostés. Más que reivindicar el ministerio sacerdotal para las mujeres, ¿no habría más bien que recordar que lo que Cristo pidió a las mujeres es que fueran portadoras de la salvación?

    »En el inicio del Evangelio está el sí de una mujer; en el final, otras mujeres se apresuran a ir a despertar a los apóstoles para comunicarles la noticia de la Resurrección; las mujeres son invitadas a transmitir la palabra: hay místicas, teólogas, doctoras de la Iglesia. En casi toda Europa la conversión de un pueblo comenzó por la acción de una mujer: Clotilde en Francia, Berta en Inglaterra, Olga en Rusia, por no hablar de Teodosia en España y Teodelinda en Lombardía. Pero el servicio sacerdotal se pide a los varones.

    »Hoy se ve a muchas mujeres asumir las más amplias tareas de enseñanza religiosa o teológica. La desconfianza de la sociedad civil hacia la mujer, manifiesta en el mundo clásico, comenzó a disiparse muy recientemente, como es bien sabido. Lo deseable, al alba del tercer milenio, es que se establezca el esperado equilibrio sin ninguna confusión».