¿Para qué sirve rezar? 

La oración... ¿no es hablar solo?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

Una profesora explica a sus alumnos de nueve años un ejercicio práctico.

Un grupo debe sembrar unas semillas en dos macetas y ponerlas junto a la ventana del aula.

Luego, ese mismo grupo se encargará de regar todos los días el primero de esos dos tiestos. El resto de los alumnos se dedicará a rezar para que germine lo que han sembrado en el segundo, pero sin echar una sola gota de agua.

El resultado en las mentes de los chicos es fácil de imaginar: el aplastante peso de la realidad les hace ver que rezar es una gran ingenuidad, puesto que de la primera maceta pronto brotó una hermosa planta, y en cambio en la segunda la oración no consiguió absolutamente nada.

He recordado esta anécdota, que sucedió realmente, porque a veces nos hacemos una idea de la oración casi tan absurda como la que aquella profesora quería inculcar en sus alumnos.

La fe y la esperanza cristianas no son ese balido paciente de ovejas cobardes con que algunos parecen identificarlo:

Rezar no es una especie de diálogo de un maníaco con su sombra. La oración es algo muy distinto, y millones de seres humanos han encontrado en ella a lo largo de los siglos, no sólo consuelo, sino una luz y una fortaleza grandes.

—Pero muchos dicen que han intentado hablar con Dios y no oyen ninguna respuesta..., que no escuchan nada en la oración, que es algo inútil.

Nadie profano en la música consideraría inútil un piano por el simple hecho de haber obtenido una penosa melodía al teclearlo al azar. El problema no es que la oración sea inútil, sino que hay que aprender a hacer oración. Y en la oración no escucharemos ninguna respuesta con voz de ultratumba que nos hable solemnemente. La oración no es cosa de fantasías. La respuesta se escucha con el corazón.

Es en el silencio del corazón donde habla Dios. Dios es amigo de ese silencio. Y necesitamos escuchar a Dios, porque lo que importa no es lo que nosotros le decimos, sino sobre todo lo que Él nos hace ver.

Dios no habla demasiado alto, pero nos habla una y otra vez a través de todo lo que nos sucede. Oírle depende de que, como receptores, logremos estar en buena sintonía con el emisor, que es Dios, y sepamos vencer las muchas interferencias que a veces produce nuestro estilo de vida. Así escucharemos lo que nos pide, o lo que nos reprocha, y caeremos en la cuenta de lo que espera de nosotros.

Algunos pensarán que orar es cosa de sugestión. Sin embargo, las personas que verdaderamente tratan con cercanía y profundidad a Dios mediante la oración son más reflexivos, más ponderados, más certeros en sus juicios, con una humanidad más sensible.

—¿Y con tanto rezar, no corren peligro de alejarse un poco de la realidad?

El silencio interior –el que Dios realmente bendice– no aísla jamás a las personas de los otros seres. Al contrario, les hace comprenderlos mejor, entrar más en su interior.

La verdadera oración
otorga al hombre una madurez,
un equilibrio de alma,
unos modos sensatos y profundos
de entender la vida propia
y la de los demás.

La oración enriquece enormemente a cualquier persona que la practique. Buscar unos minutos al día de pausa cordial para el encuentro con Dios en el fondo del alma, elevándose un poco por encima del trajín y el ruido de nuestras actividades cotidianas, dejando por un rato esas preocupaciones que agobian (o precisamente tratando de ellas en la presencia de Dios); y tomar, por ejemplo, el Evangelio, o cualquier libro que nos ayude a elevar nuestro pensamiento hacia Él; y leer una frase, unas pocas líneas, y dejarlas calar dentro de sí, como la lluvia cae sobre la tierra. Eso, aunque sólo sea unos pocos minutos, pero cada día, a la vuelta de poco tiempo produce un sorprendente enriquecimiento interior.