Más objeciones a a Iglesia católica 
¿No es demasiado inmovilista?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

—Aunque la Iglesia haya procurado adaptarse a las diferentes culturas y lugares, creo que, en general, le ha faltado agilidad para ponerse al día. Ha estado poco atenta a los cambios de los tiempos y adelantarse a ofrecer lo que en cada momento la gente pide. Quizá es una de las razones por las que ha perdido gente. Yo les recomendaría, como única salida para su supervivencia, que adaptaran sus posturas al mundo moderno, y quizá que les vendría bien un poco más de mentalidad empresarial, o mejorar su marketing: hoy día es imprescindible conocer bien los mercados y las leyes que los rigen.

    Sin embargo, la fe no puede entenderse como una simple estrategia de supervivencia en los mercados comerciales. Porque la Iglesia no es una empresa, ni un movimiento asociativo, ni un partido político, ni un sindicato.

Las verdades de fe
o las exigencias de la moral
no pueden tratarse
como si lo de menos fuera la verdad
y lo importante fuera ser eficaz, o ser moderno.

    La Iglesia ha de adaptarse a los tiempos, es verdad, y necesita de una continua renovación. Pero ha de mantener su identidad, sin ceder en lo fundamental de su mensaje.

    Su objetivo no es alinearse donde más gente haya, ni estar de acuerdo con la tendencia general de la época, ni satisfacer las demandas del mercado. Como decía Thoureau

Para la Iglesia,
lo más importante no sería lo nuevo,
sino lo que jamás fue ni será viejo.

    Y para hablar de progresismo, conviene preguntarse primero hacia dónde se quiere progresar. Porque, de lo contrario, sería usar una palabra –ser progresista–, quizá para algunos –cada vez para menos– muy sugerente, pero que, así, sola, no dice nada concreto.

    Siempre me ha parecido que el progreso es algo bueno, porque suele ser obra de los insatisfechos, de los que no se conforman, de los que buscan rutas arriesgadas en la vida.

    Pero sería una tomadura de pelo recurrir a la vieja estrategia de autodenominarse progresista, para así tachar a los demás de inmovilistas, y descalificar, sin debate alguno, a todo aquel que piense de distinta manera. Se trata de un recurso pobre y sectario que suele reducirse, salvo honrosas excepciones, a repetir que todos aquellos que piensen de otra forma son integristas, tradicionalistas, retrógrados, o cosas parecidas, todas ellas dichas habitualmente en tono despectivo o, a lo más, compasivamente indulgente.

    Y a veces son precisamente esos que tanto reprochan a la Iglesia su pasado y sus posicionamientos históricos, los que luego, contradictoriamente, piden que sea comprensiva con las nuevas realidades y adapte su mensaje –cediendo en cosas que la Iglesia considera esenciales– a las corrientes de moda del momento.

    Sin embargo, la Iglesia está obligada a decir siempre lo mismo sobre lo mismo. Eso sí, con gracia nueva cada día. Pero sin dejarse arrastrar por las modas del momento. Por eso la Iglesia tiene una lógica interna aplastante cuando dice: a mí no me pidan que cambie la norma, adapte usted su comportamiento a la norma si quiere vivir realmente la fe católica.

    Lo esencial de la fe –señala Manuel Hidalgo– es como lo esencial de la medicina. Mire, doctor, es que hoy día la gente bebe mucho, ¿podría usted autorizarme una botella de whisky al día? Pues mire usted, es que el whisky acabará por destrozarle a usted el hígado. Además, si usted no bebe, los que le vean tendrán una razón menos para destrozarse su propio hígado. Es que a mí me gusta beber. Ah, pues entonces haga usted lo que quiera y no me pregunte. Duro ¿no? Por eso muchos pasan de los médicos.

    Y más cuando de lo que se trata es del sexo, que a muchos les gusta más que el whisky. Oiga, que el ejemplo no me vale, porque el sexo es de lo más natural. Sí, y los huevos de gallina también son naturales y dan colesterol... ¡Qué le vamos a hacer!

    Esa honestidad de la Iglesia católica, que sostiene con ejemplar fortaleza sus principios morales pese a que no sean nada complacientes con la debilidad humana, es como la de los buenos médicos, que te dicen lo que tienen que decirte, te guste o no. Porque para ir de médico en médico hasta encontrar uno que te deje hacer lo que te dé la gana, es mejor no ir al médico. Y si una iglesia –con minúscula– fuera complaciente y te diera siempre la razón, no sería la Iglesia.