Mandar...? ¿Prohibir...? ¿En nombre de quién?

Una referencia insoslayable

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitios Web: interrogantes.net

 

—Es cierto que ninguna de esas preguntas puede responderse desde el relativismo absoluto, pero la mayoría de los relativistas suelen hacerse fuertes en el terreno de otras consideraciones éticas menos evidentes. Dicen que todo es cambiante, que las consideraciones morales se parecen bastante entre sí, y que ninguna merece ser rechazada.

Efectivamente, está cambiando todo mucho, pero ya hemos visto que ha de existir una frontera entre lo que es tolerable y lo que no lo es:

Para poder ser tolerante
hay que fijar los límites
de lo que es intolerable.

Ese límite puede ser difícil de apreciar, porque las circunstancias hacen a veces muy complejos esos problemas. Pero tiene que haber un límite, independientemente de que sea difícil de distinguir. Porque si no hubiera límites, la tolerancia se destruiría a sí misma.

—¿Por qué?

Si no hubiera límite objetivo entre lo que es tolerable y lo que no es tolerable (aunque luego sea difícil de apreciar, repito), nadie podría impedir legítimamente nada: en nombre de la tolerancia, habría que tolerar todo, también al que tiene el triste defecto de ser intolerante. Y también se podría tachar de intolerante a cualquiera que hiciera algo que no coincidiera exactamente con lo que nosotros defendemos.

Por el lado contrario, cualquiera podría arrogarse el derecho a no tolerar al que tolera algo que uno considera malo.

—Vale, no sigas.

No pretendo hacer trabalenguas, pero parece bastante claro que para definir esos límites de la tolerancia, es preciso reconocer la existencia de la verdad. De lo contrario, ¿en nombre de qué marcas ese límite?

—De acuerdo, pero hay quienes defienden un modelo permisivista basado en un relativismo menos duro, más light. Dicen que eso de luchar por la verdad objetiva lleva fácilmente a la tentación del fanatismo, de matar a los enemigos. Y que la historia tiene abundantes ejemplos de esto.

Es verdad que existe la tentación del fanatismo, contra la que hay que luchar decididamente, y es verdad también que en la historia hay abundantes ejemplos de esa grosera forma de intolerancia. Pero no puede decirse que creer en una verdad suponga ya ser un fanático, y mucho menos presentar instintos homicidas. Eso sería un prejuicio, más que una explicación.

Por ejemplo, si ha de haber respeto a la vida será porque existe la verdad de que la vida merece respeto. Si no, ¿por qué habríamos de respetar la vida? Y lo mismo puede decirse de cualquier consideración ética.

Sin una referencia a la verdad objetiva,
toda afirmación moral
se reduce a una simple conjetura.
La referencia a la verdad
es insoslayable.