Lo propio de la edad

Rasgos de su carácter 

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Todo lo que digamos sobre las características generales de un chico de diez o doce años serán..., eso, generalidades. Pero es útil pararse a analizarlas, introducirse en la profundidad y riqueza de su carácter, lograr sintonizar con la frecuencia de su efervescente personalidad, porque es algo clave para acertar en su educación.

Ciertamente, las circunstancias en que se ha desarrollado la vida de cada niño condicionan bastante su forma de ser y su carácter, pero hay todo un conjunto de rasgos que son comunes a esta edad. Tratemos de describirlos.

El carácter de un chico a los diez u once años ha alcanzado ya normalmente un considerable grado de equilibrio, como si se tratara de una madurez de su etapa infantil. El antes complaciente niño de ocho o nueve años presenta ahora rasgos más definidos de afirmación de su personalidad, de curiosidad y de sociabilidad.

Es inquieto, investigador, movido. No puede estar parado. Habla con desparpajo y con un ingenio que suele hacer gracia a los mayores. Se pregunta de continuo el porqué de cada cosa. Observa a los adultos, los estudia con mirada penetrante, hace radiografías de cada gesto, de cada reacción, de cada modo de hablar.

Le gusta explorar, curiosear, descubrir, entrometerse. Tiene una ruidosa espontaneidad sin mucho criterio que le hace alternar fácilmente lo ocurrente y simpático con lo inoportuno o grosero.

Su vida emocional presenta frecuentes contrastes. En poco tiempo puede pasar de un espectacular enfado a una explosión de risa. Es voluble en su estado de ánimo. Puede estar gruñón e insoportable por la mañana y alegre y expansivo por la tarde. Otras veces alternará días buenos con días sombríos. Su mal humor puede aparecer en cualquier momento, aunque no suele durar mucho: no es hombre de resentimientos.

Necesita hacerse oír. Es fácil verle alzar la voz o buscar con ansiedad el protagonismo. Tiene, por naturaleza, el deseo de atraer la atención sobre sí. No conviene ser cómplices de esa tendencia mostrando excesivo interés por él en detrimento de los demás.

Es travieso e incansable. La actitud de los padres ante sus trastadas deja enseguida su huella en el carácter del chico. Cuando le hacen frente con demasiada rigidez, se suceden continuos episodios de irritación familiar. Y si lo dejan pasar, acabará por ser de carácter molesto y prepotente. Acertar con un juicioso término medio entre ambas actitudes extremas es un continuo reto en su educación.

Manifiesta exuberancia, curiosidad, talante extrovertido y hablador, incluso una cierta ansiedad. Le falta aún bastante sentido de la medida y de los matices. A veces no comprende bien el alcance de lo que hace; cuando alguien bromea con él, es fácil que el chico acabe por faltarle al respeto.

El hecho de que por lo general se porte mejor fuera de casa, no debe extrañar a los padres. Puede y debe verse como algo positivo: cuando quiere, sabe comportarse bien. Es una actitud bastante común en esta edad.

Es fácil contemplarle en rebeldía, y oírle decir que hace lo que le da la gana, que no tiene por qué obedecer en todo a sus padres, que ya es demasiado mayor para hacer siempre lo que ellos quieran...; pero nada le gusta más que sentir la protección del padre o de la madre a la primera dificultad.

No suele buscar el aislamiento. Si tiene habitación individual, no acostumbra a permanecer encerrado en ella. Le gusta gravitar en torno a los demás, estar con todos, aunque a veces manifieste deseos de independencia. Interrumpe y molesta, pero también tiene una capacidad desusada para la alegría y la risa. Es la alegría de la casa.

Prefiere contradecir a responder. Con el tiempo aprenderá a poner equilibrio en esos impulsos. No es malicia premeditada ni simple obstinación, es parte de esa crisis de consolidación de su carácter. Otras veces le gusta establecer cordiales intercambios de opiniones, casi siempre fuera de casa, y le encanta profundizar en el conocimiento de todo.

A esta edad empieza ya a ver a los adultos con otros ojos, de menor admiración y mayor sentido crítico. Censura su comportamiento y sus palabras. No es que disminuya su cariño, pero hay quizá un exceso de suspicacia para encontrar defectos, cierto ánimo discutidor, cierta inclinación a insultar, a gritar, o a contestar de forma insolente. Pese a ello, el chico sigue conservando un fuerte sentimiento de lealtad y apego hacia su hogar. Su turbulencia no proviene de un antagonismo con la vida familiar.

Habitualmente procura decir la verdad, pero si se le hace demasiado difícil puede acostumbrarse a mentir. Está en una etapa importante para consolidar su educación en la veracidad y necesita apoyo. Resultará negativo que una excesiva severidad le dificulte ser sincero.

En contraste con lo que sucede a las chicas de la misma edad, normalmente, a los diez u once años el interés del varón por el sexo opuesto aún es bajo, y puede incluso afirmar que las niñas no le importan, o que son tontas y aburridas. Es fácil, por ejemplo, verles jugar en el colegio o en la urbanización en grupos separados de chicos y de chicas.

No es extraño que, cuando salen en grupo, tiendan a un cierto gamberrismo de poca malicia contra el otro sexo. La conducta colectiva tiene mucha fuerza y la conciencia de grupo les lleva a hacer cosas que quizá no harían solos.

A los doce años, en muchos casos, las cosas pueden haber cambiado y ese interés puede surgir con una fuerza hasta entonces desconocida. Son los primeros albores de la adolescencia. Esa atención por las chicas quizá se torne de nuevo en cierta indiferencia a los trece, pero, desde luego, ha llegado ya a un nivel cronológico de interés claro por el sexo opuesto.

Con el paso del tiempo empieza a reivindicar para sí el derecho a tomar determinadas decisiones por sí solo, y disfruta con ello. Esto constituye un saludable síntoma de crecimiento mental. Comienza a experimentar en su interior con especial fuerza la nueva libertad de la elección responsable.