Lo propio de la edad

Actitudes e intereses: una época de contrastes

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

A los diez o doce años quizá se encuentre menos seguro que antes sobre su futuro. A lo mejor sueña con ser un gran futbolista, un cantante famoso, o simplemente con tener un caballo o un coche de lujo. Es frecuente que todavía se encuentre bajo la influencia de las profesiones de sus padres, pero puede tener ya sus ideas propias, aunque más confusas de lo que aparenta.

Le hace particularmente feliz el éxito en su trabajo escolar. Al tiempo, le puede hacer perder su buen ánimo una acumulación de tareas para el fin de semana o el día antes de un examen.

En general no se muestra ahora tan temeroso como antes, pero echa bastante de menos la presencia del adulto. A menudo no le hace ninguna gracia, por ejemplo, quedarse solo en la oscuridad. A lo mejor mira debajo de la cama antes de acostarse. O quizá oye ruidos cuyo origen ignora y teme la presencia de un intruso. Puede haberle afectado una película de excesivo terror o suspense, y desde entonces alberga nuevos temores.

Contrasta sin embargo su ánimo decidido y resuelto para muchas otras cosas. No suele tener miedo a la velocidad ni al riesgo físico, normalmente por una falta de experiencia que le lleva a hacerse poco cargo del peligro en general, salvo que la memoria de un accidente le haga ser más prudente.

Se ha tornado mucho más consciente de su aspecto físico. Tiene una clara noción de lo que viste la mayoría de la gente y es raro que vaya en contra de esas corrientes. Empieza ya a preocuparse de que las prendas hagan juego y de combinar los colores. Para desesperación de los padres, esta exigente atención a la elección de la ropa no suele extenderse a su conservación y cuidado. Le gusta dejar que se amontone y que sea mamá quien tenga que insistir para que quede bien doblada o para echarla a lavar o a planchar. Una excesiva transigencia con esa conducta malogrará hábitos tan propios de esta edad como son el preocuparse por sus cosas y tener ordenados su armario y su habitación.

Poco a poco va perdiendo su resistencia a trabajar mostrada en épocas anteriores. Reconoce cuales son sus deberes y no suele oponerse a cumplir con sus obligaciones. Puede no hacerlo por propia iniciativa y sigue siendo necesario recordárselo, pero de tanto en tanto llega a dar pruebas de verdadera buena voluntad. Tiende a querer hacer todo en un minuto. Por lo general es más responsable cuando los padres están ausentes o no muy pendientes de él.

Hay que brindarle
posibilidades de ejercitar
su responsabilidad personal.

La mayor parte de sus actos no están determinados por la premeditación, sino por la postmeditación, una vez que sus padres o profesores le han recordado sus obligaciones. Sabe de antemano que al final tendrá que hacer las cosas, pero todavía necesita con frecuencia el impulso inicial para decidirse.

Sabe que después de una larga conversación con su madre acabará por tener que ordenar la habitación o bajar a hacer ese recado, o que unos cuantos comentarios paternos censurando su pérdida de tiempo a lo largo de la tarde le harán sentirse lo bastante culpable como para ponerse a estudiar.

A esta edad, los varones resultan a veces menos diplomáticos con su padre. Las niñas de esta misma edad suelen mostrarse mucho más zalameras con él, y a menudo –según dicen las madres– son las que mejor lo manejan en la familia. Ellas aprenden mucho antes a reconocer los sentimientos ajenos, y saben elegir con acierto el momento más adecuado para plantear en casa una petición o conseguir un permiso.

Puede surgir en el chico de esta edad una ilusión grande por cuidar y casi criar a sus hermanos pequeños, de los que quizá apenas sienta ya celos. Sabe cómo jugar con ellos y entretenerlos, y si los padres lo facilitan les tomará un gran cariño.

No es edad de fuertes sentimientos de envidia. Si siente celos de la mayor atención a un hermanito suele ser más bien por la idea de injusticia comparativa o por su preocupación de que mimen al pequeño. Le irritan las actitudes de sus padres que lleven a malcriarlo, y protestará con energía diciendo cosas como que "si le mimas así, luego no te quejes de que sea tan insoportable...", o frases parecidas.

También puede admirar o incluso idealizar a un hermano o hermana mayores. Es fácil que confíe más en ese hermano de quince o de dieciocho años que sabe mostrarse atento y comprensivo con él, que en sus propios padres. El hermano mayor puede jugar así un papel importante en su formación. Es ciertamente una labor educativa –muy natural en las familias numerosas– en la que los más mayores educan a los más pequeños, usando de la sabiduría que han adquirido, casi sin darse cuenta, observando a sus padres.