¿Hay algo malo en el placer? 
El peaje de la renuncia

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

Son muchas las cosas que el hombre desea, y para alcanzar cada una de ellas ha de renunciar a otras, aunque esa renuncia le duela. Aristóteles decía que no hay nada que pueda sernos agradable siempre.

Toda elección conlleva una exclusión. Por eso es importante acertar cuando se elige, sin demasiado miedo a la renuncia, pues detrás de lo atractivo no siempre está la felicidad. Tanto el placer como la felicidad llevan siempre consigo asociada la renuncia.

Tampoco está la solución en la supresión de todo deseo, porque sin deseos la vida del hombre dejaría de ser propiamente humana. El hombre se humaniza cuando aprende a soportar lo adverso, a abstenerse de lo que puede hacerse pero no debe hacerse. Este es el precio que debe pagar nuestra inexorable tendencia a la felicidad, si queremos alcanzar lo que de ella es posible en esta vida.

Lo sensato es
dejarse conducir por la razón
para no asustarse ante el dolor
ni dejarse atrapar por el placer.

Igual que guardar la salud exige un cierto esfuerzo pero gracias a él te sientes mucho mejor, la castidad fortalece el interior del hombre y le proporciona una honda satisfacción. Cuando no se cede al egoísmo sexual, se alcanza una mayor madurez en el amor, en el que la castidad sublima la intensidad de los sentimientos. Surge una luz transparente en los ojos y una alegría radiante en la cara, que otorgan un atractivo muy especial.

—¿Y no suele haber demasiadas prohibiciones en la ética sexual?

Hasta ahora apenas hemos hablado de prohibiciones, sino más bien de un modelo y un estilo de vida positivos.

Por otra parte, aunque la clave de la ética no son las prohibiciones, no puede olvidarse que toda ética supone mandatos y prohibiciones. Cada prohibición custodia y asegura unos determinados valores, que de esa forma se protegen y se hacen más accesibles. Esas prohibiciones, si son acertadas, ensanchan los espacios de libertad de valores importantes para el hombre.

La moral no puede verse como una simple y fría normativa que coarta, y mucho menos como un mero código de pecados y obligaciones.

Las exigencias de la moral
vigorizan a la persona,
le aúpan a su desarrollo más pleno,
a su más auténtica libertad.