El ambiente familiar 
Felicidad y egoísmo. Educación en la generosidad

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Muchos expertos en educación señalan la edad de diez o doce años como el principio de las relaciones de amistad realmente desinteresadas. Hasta entonces, más que amigos, tenía compañeros de juegos.

Ahora empieza ya a entender la amistad de otra manera, y descubre con mucha mayor profundidad lo gratificante de pensar en los demás. Hay que ayudarles en este camino de salida del egocentrismo infantil.

Es preciso enseñarles
de modo práctico
a que comprendan que
los grandes enemigos de la felicidad
son el egoísmo y la soberbia.

Porque los chicos a veces tienen unas manifestaciones de egoísmo asombrosas. A lo mejor les molesta que otros disfruten más que ellos, o les cuesta prestar, o compartir, o ayudar, o preocuparse de los demás. Hay que hacerles ver lo equivocado de esos sentimientos, y que comprendan que todos, con nuestra capacidad de hacer el bien a los que nos rodean, tenemos un tesoro que repartir; y que si no lo entregamos se pierde, para nosotros y para los demás.

Que sepan buscar la felicidad de los demás, que además es uno de los caminos más directos para lograr la propia.

Al oír la descripción del egoísta, a todos nos repugna, o le compadecemos, o sentimos una mezcla de las dos cosas. Pero lo malo es que, a pesar de eso, todos tendemos al egoísmo.

Deberíamos preguntarnos con frecuencia, por ejemplo, si reparamos en los sufrimientos de los demás. Y preguntarnos inmediatamente si el chico lo hace también, porque ese es uno de los grandes secretos de la felicidad: descubrir al prójimo, salir de uno mismo, darnos cuenta de que hay a nuestro alrededor hombres que sufren, siquiera un poco, pero a los que podemos ayudar mucho.

Cualquiera de nosotros que no encontrase en su camino hombres que sufren, debería pensar si no será un egoísta encerrado en sí mismo. Porque la vida está llena de gente falta de compañía, de afecto, de verdad; de gente herida por la soledad, por su propio difícil corazón.

A nuestro alrededor, y alrededor del chico, hay personas que necesitan ayuda, y sería interesante que cada uno de nosotros viese si no se ha acostumbrado tanto a disculparse, a estar atento sólo a sus propias heridas, que tiene tan arraigado ya el hábito de dar un rodeo y pasar de largo que le parece que a su alrededor no hay nadie necesitado.

A veces sorprende en los chicos su indiferencia ante el dolor ajeno, y casi siempre es porque no se les ha sabido despertar esa sensibilidad. Hay que lograr que no viva cerrado sobre sí mismo. Que, además de hablar y contar lo que le gusta, aprenda a escuchar lo que les gusta contar a los demás. Que se interese sinceramente por lo ajeno.

—Y si no siente un interés sincero, ¿tiene entonces que aparentar que lo siente? ¿No es eso un poco hipócrita?

Ser educado o pensar en los demás no es hacer el hipócrita. Es esforzarse por tomar las riendas del propio carácter, para llegar a ser lo que entendemos que debemos ser.

El chico debe adquirir ese hábito de preocuparse por los demás, de procurar ser agradable. Cuando la vida se desarrolla sobre esas coordenadas, hacer eso llega a ser algo que sale natural, sin hacer el hipócrita. Ese es el objetivo.

Debe aprender, como nosotros, a esforzarse por ser simpático y afable. Es triste que tantos hombres y mujeres hagan esfuerzos costosísimos por adelgazar unos kilos o mejorar un poco su aspecto externo, y sin embargo no se esfuercen por ser agradables, pese a que repercute mucho más en la buena imagen (y sobre todo en la felicidad propia y ajena).

Para ser agradable
es preciso salir de uno mismo
y observar a los demás.

El chico no lo aprenderá a base de grandes declaraciones nuestras, sino respirando ese ambiente en la propia casa. Viendo que se habla bien de la gente, que se escucha con paciencia, que se eligen los temas de conversación que gustan a los demás, etc.