El enigma del mal 
¿Por qué Dios no nos ha hecho mejores?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

—Hay mucha gente que dice que no logra entender por qué Dios consiente que tantos inocentes sufran. Que por qué media humanidad pasa hambre. Que por qué Dios no nos ha hecho mejores.

    No parece serio echar a Dios la culpa de todo lo que se nos antoja que no va bien en este mundo. Son los hombres —decía C.S.Lewis—, y no Dios, quienes han producido los instrumentos de tortura, los látigos, las prisiones, la esclavitud, los cañones y las bombas. Debido a la avaricia o a la soberbia humana, y no a causa de la mezquindad de la naturaleza, sufrimos la mayoría de los males.

    En muchas de las quejas que lanzan algunas gentes contra Dios, hay una lamentable confusión: considerar a Dios como un extraño personaje al que cargan con la obligación de resolver todo lo que los hombres hemos hecho mal, y, si es posible, incluso antes que lo hubiéramos hecho.

    Es como una rebelión sorda ante la existencia del mal, una negativa a aceptar la libertad humana. Y como consecuencia de ambas cosas, un cómodo echar a Dios culpas que son sólo nuestras.

    En vez de sentirse avergonzados, por ejemplo, por no hacer casi nada por los millones de personas que cada año mueren de hambre, se contentan con echar a Dios la culpa de lo que, en gran medida, no es otra cosa que una gigantesca falta de solidaridad de quienes poblamos el mundo desarrollado. ¿Tendremos que pasarnos la vida —se preguntaba Martín Descalzo— exigiendo a Dios que baje a tapar los agujeros que a diario producen nuestras injusticias?

    Cuando tendríamos que preocuparnos de resolver esa asombrosa situación por la que unos no logran dar salida a sus excedentes alimentarios mientras que otros se mueren de inanición, y cuando parece que la mitad de la humanidad pasa hambre y la otra mitad está con un régimen bajo en calorías para adelgazar, es una pena que lo único que se les ocurra —en vez de trabajar más, o ser más solidarios, de la forma que sea— es echar en cara a Dios que este mundo —en el que parecen olvidar incluirse— es un mundo horrible.

    —¿Pero cómo es que permite tanta persistencia nuestra en el mal? ¿Por qué Dios no nos cambia, y nos hace efectivamente más solidarios?

    Dios ya hace mucho por ayudarnos a cambiar, pero nos ha creado libres, con una libertad que hace que ese cambiar —mejorar— sea el primero de nuestros deberes.

    Si Dios nos hubiera hecho "más buenos" —es decir, incapacitados para ser malos—, ya no seríamos buenos en absoluto, pues seríamos marionetas obligadas a la bondad. No es compatible la libertad con la incapacidad de obrar el mal.

    La bondad humana es el resultado libre del esfuerzo de quien, pudiendo ser malo, no lo es. Dios ha dado al hombre un infinito potencial de bondad, pero también ha respetado nuestra libertad —como hace, por ejemplo, un padre sensato al educar a su hijo— aceptando el riesgo de nuestra equivocación.

    —Pero se ven tantos errores en el mundo, tantas calamidades, tanto egoísmo, tantas lamentables aberraciones y tan difíciles de explicar...

    Es sin duda un enigma, un misterio que siempre ha preocupado al hombre. A lo largo de la historia se han buscado muchas explicaciones. La que da la fe cristiana es esta: los desequilibrios que fatigan al mundo están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano, que sumerge en tinieblas el entendimiento y lleva a la corrupción de la voluntad: ésta es la clave para descifrar el enigma.

    El verdadero mal viene del interior del hombre, radica en una escisión que tiene su origen en el pecado. Y así como hay una clara experiencia de la existencia de la libertad, la hay también de que la libertad está herida, así como del mal de que el hombre puede ser capaz.

    Las situaciones de injusticia social proceden de la acumulación de injusticias personales de quienes favorecen la inmoralidad, o de quienes pudiendo evitar o limitar ciertos males sociales, no lo hacen.

    Los que se eximen de toda culpa personal para traspasar su responsabilidad a las estructuras del mal, niegan al hombre su capacidad de culpa, y niegan por tanto su libertad y responsabilidad personales, y disminuyen su dignidad. Rechazan la responsabilidad ante el mal que encuentran.

    Los verdaderos creyentes, en cambio, se sienten responsables. Y cuanto más acentuado sea el sentido de responsabilidad de una persona, tanto menos buscará excusas y tanto más se enfrentará a su compromiso y su obligación de mejorar él mismo y de ayudar a mejorar a los que le rodean (todo ello, como es lógico, sin absurdos complejos de culpabilidad).

    —Pero arreglar un poco este mundo se ve como una labor muy a largo plazo, con un final lejano...

    Si algo resulta muy necesario, y además tardará en llegar, es entonces también muy urgente. Como dijo aquel mariscal francés al tomar posesión de su cargo, si estos árboles van a tardar veinte años en dar sombra, hay que plantarlos hoy mismo.