El enigma del mal 
¿No es el mal una crueldad de Dios?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

—Hay gente que dice que no cree porque en el mundo suceden cosas que les parecen una auténtica crueldad divina.

    No deja de ser un curioso razonamiento: Dios es cruel, luego Dios no existe; no comprendo por qué Dios permite eso, luego no hay Dios; no me gusta que suceda esto, luego no le concedo el derecho a existir.

    No parece una lógica demasiado clara. Salvando las distancias, sería como decir: yo estoy sufriendo; si mi madre realmente me quisiera, no me habría traído a este mundo cruel; ergo... mi madre no existe.

    Me parece más razonable tratar de comprender por qué Dios, siendo infinitamente bueno, permite que exista el mal. Porque Dios es necesariamente bueno (si no, no sería Dios) y tuvo por tanto que crear un mundo bueno. El mal es algo real —dramáticamente real—, pero no es metafísicamente necesario, sino una realidad contingente: el mal es la ausencia del bien debido, aquello que no debería haber sido, y que, por tanto, en el origen de los tiempos no existió.

    Por otra parte, si hablamos del bien debido es porque hay un orden (si no, ¿qué es el mal y qué el bien?), y si hay un orden será porque hay un principio ordenador, que difícilmente puede explicarse sin un Dios.

    La situación presente del mundo, ostensiblemente marcada por el mal, no puede ser considerada como constitutiva de la creación, sino que ha de ser entendida como resultado de una caída, de una herida, de una corrupción que padece el mundo creado. Y tuvo que ser la libertad humana quien introdujo el mal en la creación.

    —Supongo que te referirás a lo del pecado original. Pero la gente no suele creer en eso, les parece una fábula. Lo de Adán y Eva, y la manzana, y todo eso. Les parece un mito, y además un poco infantil.

    Lo de la manzana concedo que pueda ser un mito, entre otras cosas porque el Génesis habla del árbol del conocimiento del bien y del mal, pero en ningún momento habla de manzanas.

    El relato del Génesis sobre la caída original utiliza en ocasiones un lenguaje de imágenes, pero afirma un acontecimiento que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre. La creación, tal como salió de las manos de Dios, era íntegra y estaba destinada a la integridad. Todo cuanto ahora la desfigura estaba ausente en la armonía original del mundo, y es el resultado, precisamente, de la degradación introducida como consecuencia del mal uso de la libertad por parte del hombre.

    Partiendo de la existencia de un Dios infinitamente bueno, y de la evidente existencia del mal, el pecado original es la única solución razonable al enigma del mal.

    Porque los que pretenden achacar el mal a un destino fatal ante el que el hombre nada puede hacer, acaban por verse obligados a negar la libertad humana. Y realmente no parece serio decir que la libertad no existe.

    Y los que dicen que el hombre es efectivamente libre, pero que no tiene culpa de la existencia del mal en el mundo, ¿a quién cargan esa culpa? Sólo les quedaría explicar la existencia del mal como una eterna lucha entre una divinidad del bien y otra del mal, pero hace muchos siglos casi nadie se atreve a defender ese viejo maniqueísmo, entre otras cosas, por la intrínseca contradicción que supone pensar que haya dos dioses.

    Si el mal no puede estar en Dios, ni en el primer instante de la creación, tuvo que surgir de nuestros primeros antecesores en la tierra.

    —¿Pero no es injusto que carguemos nosotros con la culpa de Adán?

    La Iglesia afirma que todo el género humano es en Adán como el cuerpo único de un único hombre, y que por esta unidad del género humano, todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la salvación de Cristo.

    Comprendo que a primera vista parezca injusto, pero es la misma injusticia de que se podría quejar una persona por no haber sido hijo de unos padres más buenos o más ricos o más inteligentes. Nadie escoge ni su fecha ni su lugar de nacimiento, y nadie piensa que eso sea una injusticia: la vida es así.

    —Hay otras personas que no niegan a Dios, pero sí dicen que no pueden ni dirigirse a Él después de lo que pasó, por ejemplo, en Auschwitz...

    Es una queja que siempre impresiona, por supuesto. Ya hemos hablado bastante de las razones que explican la existencia del mal. Podríamos ahora fijarnos en el testimonio personal y vivo de las personas que lo entendieron más profundamente.

    Y si hablabas de Auschwitz, piensa, por ejemplo, en Maximiliano Kolbe. En medio de los horrores del campo de exterminio, Kolbe da testimonio de una esperanza confiada en Dios, y no sólo para que otro pueda seguir viviendo, sino también para que quienes después fueron condenados a muerte pudieran morir mejor. Tales proezas no son sólo testimonio de la grandeza de un hombre, sino también de la presencia de la fuerza de Dios, con cuya ayuda se puede superar cualquier pena o desgracia humanas.

    Algunos piensan que la vida es injusta y absurda; y la muerte, el máximo escándalo. Kolbe, en cambio, supera esa mentalidad acusadora contra Dios y se alza en testimonio de valentía y de confianza. Y es Dios quien le libera de las angustiosas presiones de la existencia sin sentido, del miedo a la muerte, de la sensación del absurdo, en definitiva, del pecado y de sus consecuencias. Y viene a demostrar, con su vida, la invalidez de esa especie de visión gnóstica de la vida que defiende que el hombre, aunque conozca y quiera el bien, no lo puede realizar.