El enigma del mal 
¿La fe ayuda a sobrellevar el dolor?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

Muchas personas viven en medio de la tristeza y la crispación porque les falta descubrir que tienen alma. Les ayudaría mucho explorar un poco las espesuras de su espíritu, y ponerse en paz con Dios, y atreverse a creer. Y quizá verían entonces la vida con menos dramatismo, porque es muy posible que el alejamiento de Dios sea la gran causa de fondo de su pesimismo.

    El dolor puede conducir a una final e impenitente rebelión en las personas que no lo quieren aceptar. Sin embargo, el dolor bien entendido es una excelente oportunidad que el hombre tiene para enmendarse. Tomás de Aquino dijo del sufrimiento —así como Aristóteles ya lo había dicho de la vergüenza— que no era una cosa buena en sí misma, pero que, no obstante, podía tener buenos efectos en ciertas circunstancias.

    Todos nos habremos admirado alguna vez de la gran altura de espíritu de las personas que sufren serenamente. De aquellos a quienes los años de sufrimiento han hecho madurar. De aquellos a quienes la enfermedad ha producido tesoros de fortaleza y humildad. Se descubre en todos, al final de su vida, una serie de rasgos que difícilmente habrían surgido si no hubieran sufrido tanto.

    Y para quienes son testigos de cualquier experiencia dolorosa bien llevada, el sufrimiento es también una escuela de grandes enseñanzas: tanto por el ejemplo de aceptación serena de la voluntad de Dios, como por la compasión que despierta y los actos de misericordia a los que conduce, o por esa visión más trascendente de la vida que viene a presentarnos.

    El sufrimiento, las inquietudes y turbaciones que Dios permite que nos lleguen, pueden ser a veces una excelente advertencia acerca de una insuficiencia de la vida en la tierra, como un aviso que nos recuerda que no confiemos en las fuentes pasajeras de la felicidad.

    La vida de todos los hombres tiene unas cosas buenas y otras menos buenas. Y no podemos pretender que, por tener fe, nuestra vida tenga que ser como una balsa de aceite, como con la felicidad de un cuento de hadas, o de perpetuo descanso físico, psíquico y afectivo.

    No podemos pretender que los problemas tengan que desaparecer por sí solos por el hecho de creer en Dios. O que los dolores de cabeza deban convertirse en efluvios místicos. O que las preocupaciones tengan también que desvanecerse como por arte de magia. Es verdad que la fe ayuda a afrontar esas situaciones y a estar alegre, pero no las hace desaparecer. Las personas con fe no dejan de ser personas normales.