El enigma del mal 
¿De grandes males, grandes bienes?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

La aparente contradicción entre la bondad de Dios y la innegable existencia del mal en el mundo, ha llevado a muchas personas a una actitud un tanto trágica: la de negar una realidad compleja que no se logra entender totalmente, para dejarse deslizar tristemente hacia una visión de profundo pesimismo vital ante el implacable avance de las poderosas fuerzas del mal.

    Algo parecido a la trágica resignación de un enfermo que muriera en medio de terribles sufrimientos, negándose a tomar una medicina mientras explica con vehemencia que no comprende cómo una cosa tan simple puede curarle.

    Hay una idea que puede contribuir a entender este misterio: si admitimos que existe una inteligencia divina ordenadora del universo y omnipotente, es de suponer que ese Dios no permitiría el mal si no fuera a sacar de esos males —reales o aparentes—, grandes bienes.

    —¿Cómo puede salir bien del mal...? Eso sí que parece una contradicción.

    Hay que pensar, de entrada que no sabes si ese mal que te ha venido ha podido librarte de otro peor y, por tanto, te ha supuesto un bien.

    Quizá, por ejemplo, ese pinchazo que te ha impedido llegar a una cita importante y te ha hecho perder una buena oferta de trabajo, a lo mejor ha sido un contratiempo que ha impedido un accidente que habrías tenido en ese trayecto; o te ha librado de inconvenientes en ese puesto de trabajo que tú desconocías; o te ha permitido encontrar luego otro trabajo mejor.

    Y sin embargo, quizá estés muy enfadado y no veas ninguna lógica en ello, y pienses que se trata de un acto de crueldad por parte de Dios.

    Cuando un hombre intenta hacer el bien a su prójimo, hace directamente el bien. En cambio, cuando obra mal, hace directamente ese mal; pero es un mal que Dios aprovecha para sacar otro bien, según sus planes sapientísimos que tiene trazados desde la eternidad. En el primer caso —en el buen obrar— sirve a Dios como hijo, y en el segundo —al obrar mal— como instrumento.

    Más ejemplos. Una persona que hace el mal siendo habitualmente ruin y egoísta, y produce en otro compañero, por reacción ante esa actitud tan desagradable, un firme propósito de no caer en esas actitudes.

    O una empresa despide injustamente a uno de sus gerentes y, sin saberlo, le aleja con eso de un peligro cierto de corrupción en el que estaba a punto de caer.

    O un conductor temerario atropella a una persona, y la larga convalecencia sirve para unir a la familia del accidentado.

    La vida es misteriosa. ¿Cuántas veces al cerrarse una puerta —que parecía la elegida para nosotros— no se nos abría otra aún mejor? Esas consecuencias buenas de los males, a veces se ven al poco tiempo; en otros casos, tardan más, o no llegamos siquiera a conocerlas nunca, pero eso no significa que no puedan existir.

    Todo esto no quiere decir que el mal deje de serlo, o que deje de tener gravedad, o importancia. El mal existe, pero ¡ay de aquel por quien viene! Dios sacará bienes de nuestras maldades, pero no tenemos que ver en esto una excusa para continuar haciéndolas. Cuando, por ejemplo, la Iglesia afirma que la Crucifixión de Jesucristo es el punto central de la Redención de la Humanidad, no dice que por ello la traición de Judas deje de ser malvada.

    El enfoque cristiano del sufrimiento es compatible con el más encendido énfasis sobre nuestro deber de dejar el mundo, aun en un sentido temporal, mejor que como lo hemos encontrado.