El enigma del mal 
¿Cuál es el sentido cristiano del sufrimiento?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

  

El dolor está presente en el mundo animal. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre, y se pregunta entonces por qué. Y sufre de una manera más profunda cuando no encuentra para ese dolor una respuesta satisfactoria. Es una pregunta difícil, casi universal, que ha acompañado al hombre a lo largo de su vida en todas las épocas y lugares, un enigma que se vincula de modo inmediato al del sentido del mal: ¿por qué el mal?, ¿por qué el mal en el mundo?

    Hemos visto cómo el mal y el sufrimiento parecen oscurecer la imagen de sabiduría, poder y magnificencia que corresponde a Dios. En la Antigüedad era bastante corriente pensar que el sufrimiento se abatía sobre el hombre siempre como consecuencia de sus propios malos actos, como castigo del propio pecado personal. Sin embargo, el mensaje cristiano afirma que el sufrimiento es una realidad que está vinculada al mal, y que éste no puede separarse de la libertad humana, y, por ella, del trasfondo pecaminoso de las acciones personales de la historia del hombre.

    En el sufrimiento está como contenida una particular llamada a la virtud, a perseverar soportando lo que molesta y causa dolor. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que le mantiene en la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él. Y a medida que busque y encuentre su sentido, hallará una respuesta. A veces se requiere mucho tiempo hasta que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible, pero es cierto que el sufrimiento, más que cualquier otra cosa, abre el camino a la transformación de un alma.

    En el sufrimiento bien asumido se esconde una particular fuerza que acerca interiormente al hombre a Dios, que le hace hallar como una nueva dimensión de su vida. Un descubrimiento que es, por otra parte, como una confirmación particular de la grandeza espiritual de una persona. El sufrimiento posee, a la luz de la fe, una elocuencia que no pueden captar quienes no creen.

    Es la elocuencia de la alegría que se deriva de encontrar sentido al sufrimiento, de verse libre de la sensación de inutilidad del dolor. La fe cristiana, además, lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre completa lo que falta a los padecimientos de Cristo. Que sus sufrimientos sirven —como los de Cristo— para la salvación de los demás hombres y, por lo tanto, no sólo son útiles a los demás, sino que incluso realiza con ello un servicio insustituible al resto de la humanidad.

    —¿Y por qué unos parecen sufrir tanto, y otros tan poco? ¿No podría Dios hacer que cada uno sufriera proporcionalmente a su capacidad de soportar el dolor?

    Pienso que ya lo hace. Que cada uno tiene el sufrimiento que es capaz de soportar, y que, por otra parte, ese dolor tiene mucho que enseñarle. Lo que sucede es que no todos lo aceptan igual, sino cada uno de forma distinta, haciendo uso de su libertad.

    El dolor es una escuela en donde se forman en la misericordia los corazones de los hombres. La familia, y todas las instituciones educativas, deberían esforzarse seriamente por despertar y encauzar esa sensibilidad hacia el prójimo, de modo que —como dice Juan Pablo II— todo hombre se detenga siempre junto al sufrimiento de otro hombre, y se conmueva ante su desgracia.

    Es necesario cultivar esa sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. Y una compasión que no será siempre pasiva, sino que procurará proporcionar una ayuda, de cualquier clase que sea y, en la medida de lo posible, eficaz. Una responsabilidad que no debe descargarse sólo sobre las instituciones, puesto que, con ser muy importantes e incluso indispensables, ninguna de ellas puede de suyo sustituir a la compasión y la iniciativa humana personal.