El temperamento no es un destino inexorable 
Motivación para cambiar

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

En sus primeros años, el niño se mueve en medio de una realidad que apenas conoce. Va poco a poco configurando un estilo afectivo, contando casi siempre con su ambiente familiar y escolar como principal punto de referencia. Con el transcurso de los años, se van produciendo cambios graduales, casi imperceptibles, y también a veces cambios más bruscos, causados normalmente por emociones intensas, aunque no siempre con una manifestación exterior notoria.

La mayoría de los cambios se producen
después de advertir en nosotros
—siempre con cierta dosis de sorpresa–
algo que nos desagrada.

Ese descubrimiento nos produce un impacto emocional, más o menos fuerte, que evaluamos, sobre el que reflexionamos, y que finalmente nos hace decidirnos a dar un cambio.

Por eso, la mayor parte de las deficiencias afectivas proceden de la ignorancia sobre cómo es uno mismo y por qué: la mayoría de los cambios de una persona proceden de una mejora en la percepción sobre sí misma y sobre la realidad en general. Y para lograrlo, es preciso mantener siempre una considerable capacidad de sorpresa, una suficiente capacidad de autocrítica.

Hay que cultivar
una elevada sensibilidad personal
que nos permita captar
aquello que en nuestra vida
no debe pasarnos inadvertido.

A su vez, esa percepción que cada uno tiene de sí mismo depende mucho de la que tengan los demás. De ahí la importancia de sentirse valorado y querido por quienes nos rodean, y por eso también gran parte de los trastornos afectivos tienen su origen en una deficiente comunicación con las personas más cercanas.

Para evitar esos problemas, o para intentar subsanarlos, es preciso establecer buenas relaciones personales. Esto es aplicable a la familia, a las relaciones de amistad o vecindad, al ambiente de trabajo o a cualquier otro. Y en el caso de la enseñanza, o de la educación en general, muestra la importancia de lograr, en mayor o menor medida, la colaboración del interesado.

—Pero el problema, en muchos casos, es que precisamente el interesado está falto de motivación para cambiar.

Tienes razón, y quizá por eso la tarea de educar reviste a veces tanta dificultad, y supone un auténtico reto de ingenio y de paciencia, un verdadero arte. Para educar, y sobre todo en las edades más difíciles, los problemas de motivación son quizá los de mayor complejidad. Por eso las recetas de cambio fácil pueden llegar a resultar tan irritantes para quienes sufren esos problemas y están hartos de escuchar consejos que se empeñan en trivializar la realidad.

Salir del círculo vicioso
de la desmotivación
es uno de los retos
más importantes y más difíciles
para cualquier educador.