El enigma de la muerte

¿Puedo comprobar si existe el alma?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitios Web: interrogantes.net

 

Cuenta Victor Frankl cómo un estudiante universitario le preguntó en una ocasión qué podía haber de realidad en el alma, siendo ésta totalmente invisible. Como jamás había visto su alma —decía—, ni la de nadie, y como no parece razonable creer en algo invisible, lo más sensato —concluía— es no creer en fantasías que no se pueden ver.

    «Yo le confirmé —escribe Frankl— que no era posible ver un alma mediante una disección ni mediante exploración microscópica. Pero le pregunté por qué razón iba a exigir esa disección o exploración microscópica. El joven me contestó que por amor a la verdad.

    »Entonces le pregunté si el amor a la verdad no sería algo anímico, y si él creía que realidades como el amor a la verdad podían hacerse visibles por la vía microscópica.

    »El joven comprendió que lo invisible, lo anímico, no puede encontrarse mediante el microscopio, pero que son realidades necesarias para poder trabajar con el microscopio.»

    La ciencia experimental no agota las posibilidades de conocimiento. Si echamos en el mar una red de pesca cuyos agujeros son cuadrados de un metro de lado (el ejemplo es de Mariano Artigas), será difícil, por muchas veces que lancemos esa red, que saquemos peces de menos de un metro de longitud.

    Si alguien concluyera, después de semejante experiencia marinera, que en el mar no hay peces de menos de un metro de longitud, parece bastante evidente que se estaría equivocando. Una cosa es que no existan, y otra, bien distinta, que con esa red no se pueda capturarlos.

Lo que se logra recoger
con las redes de la ciencia experimental
no es toda la realidad.

    En muchas ocasiones creemos en lo que no se ve, porque comprobamos sus efectos. Si oyes a un pajarillo que canta en la espesura (el ejemplo es de J.R.Ayllón), ¿pensarás que canta el matorral? No es serio decir: no lo veo, luego no existe. No ves el pajarillo, pero lo oyes. No ves el alma, pero hay muchas razones que hacen suponer la existencia del alma. No ves la electricidad, pero da calambre. No ves el calor, pero lo sientes. No ves a las bacterias ni a los virus, pero notas sus efectos.

    Tampoco encontrarás el alma diseccionando un cuerpo, de la misma manera que si echas abajo el matorral ya no estará el pajarillo, pero no por eso debes decir que el matorral ha dejado de cantar. Negar la existencia de lo que no es directamente perceptible por los sentidos es negar la existencia de la parte más importante de la realidad.

    En la mente humana se dan dos fuerzas contrapuestas. Por una parte, la sensación de que hay algo más en el hombre que el conjunto de vísceras que componen su cuerpo. Por otra, la inicial negativa de los sentidos a admitir la existencia de algo que no pueden ver, medir, oír, oler ni tocar.

    Podemos aplicar al problema del alma una analogía que propuso Rupert Sheldrake y que encuentro particularmente afortunada.

    Imagínate una persona que no sabe absolutamente nada sobre aparatos de radio. Piensa, por ejemplo, en un hombre de hace unos cuantos siglos. Ese hombre ve uno de esos aparatos y se queda encantado con la música que sale de él, y enseguida trata de entender lo que allí sucede.

    Está convencido de que la música procede totalmente del interior del aparato, como resultado de complejas interacciones entre sus elementos. Cuando alguien le sugiere que la música viene de fuera, a través de una transmisión por ondas desde otro lugar, lo rechaza argumentando que él no ve entrar nada en el aparato. Asegura que decir eso es dar una explicación ilusoria y cómoda de una realidad compleja que hay que investigar.

    Nuestro hombre no termina de entender bien la procedencia de la música que emite ese aparato. Sin embargo, piensa que algún día, después de mucho investigar las propiedades y funciones de cada pieza, logrará entender los secretos de sus procesos y sabrá de cuál de sus elementos sale aquella preciosa melodía.

    Quizá logre averiguar la composición de cada pieza, e incluso intentará hacer otro aparato lo más parecido posible. Pero ya se ve que no comprenderá cómo funciona el transistor hasta que no acepte que existen realidades, como las ondas de radio, que no se ven.

    Volviendo al término de nuestra comparación, podemos decir que la ciencia como tal no puede alcanzar directamente a Dios, pero el científico experimental puede descubrir en el mundo las razones para afirmar la existencia de un ser que lo supera.