El enigma de la muerte

¿Qué hacer con la muerte?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitios Web: interrogantes.net

 

Todos hemos visto pasar cerca —cuando no nos ha dado ya de lleno alguna vez— ese dolor tremendo que produce la pérdida de un ser querido. La mayoría de las veces casi no sabemos cómo consolar a esas personas. Les decimos unas palabras, procuramos darles ánimo, pero, al final, casi sólo queda acompañarles con nuestro silencio.

    Pensamos en su sufrimiento, en el vértigo que quizás sientan. A veces te dicen que su vida ha perdido ya todo su sentido, que no entienden, que no encuentran respuesta, que chocan contra ese misterio de la muerte, que nada les puede consolar.

    —Es que a veces no es fácil darles una respuesta...

    No es fácil, pero desde la fe hay algunas respuestas. Para quienes tenemos fe, la muerte es una despedida, a un tiempo dolorosa y alegre. Un cambio de casa, de ésta de la tierra a la del Cielo. No es que la fe haga desaparecer esa herida como por encanto, sino que la cicatriza por medio de la esperanza, porque sabemos que los muertos no se mueren del todo.

    —Pero ¿y los que flaquean en su fe, o no creen en nada?

    Una criatura, antes de nacer, no sabe absolutamente nada de lo que le espera. Les sucede lo mismo a los no creyentes en relación con la muerte: no saben qué les espera. Sin embargo, la madre, como los que tienen fe, ante los dolores —tanto los del parto como los de la muerte— ponen su esperanza en la nueva vida.

    Para quienes la muerte no es más que la ruina biológica definitiva, sin nada detrás, efectivamente la respuesta es difícil. Quizá pudiera ser éste un motivo más de credibilidad, pues la vida sin fe es como una broma cruel que termina un día casi sin avisar.

    La vida sin Dios no sabe qué hacer con la muerte, no tiene respuesta al miedo a morir, no cuenta con ninguna palabra de esperanza que atraviese el temible silencio de la muerte.

    A quienes no tienen fe, la muerte les recuerda desafiante que su forma de entender la vida no tiene para la muerte una explicación satisfactoria. Sin Dios, sin un más allá, ¿qué auxilio puedo esperar para la oculta herida abierta en mi corazón por la muerte, por mi egoísmo y el egoísmo de los demás?

    El hombre no puede atesorar su vida. No puede retenerla. La vida es una hemorragia. La vida se va. ¿Hacia dónde? ¿Hacia el vacío? ¿Hacia la nada? Es inevitable que el hombre se plantee la cuestión de su salvación. De lo contrario, la vida sería como una herida abierta que inevitablemente nos conduce al abismo. Creer en la salvación es creer que en alguna parte nuestra vida queda recogida.