Educación sexual
Preguntas propias de la edad. ¿No será ya tarde?Autor: Alfonso Aguiló Pastrana
Sitio Web: interrogantes.net
Un día puede llegar diciendo: "Oye, papá, ¿qué es un homosexual?". Y otro día, quizá a raíz de una noticia de la televisión, la pregunta puede ser: "Mamá, ¿qué es una violación?"; o "¿qué es un maníaco sexual?"; o "¿qué es una prostituta?".
No conviene eludir esas preguntas, ni dar respuestas evasivas, ni demasiado simples. Son ocasiones excelentes para iniciar una conversación clarificadora, que puede continuarse más adelante, si el momento en que lo plantea no permite entrar en más profundidades.
—Y sobre eso que salía antes de los maníacos, ¿crees que conviene alertar al chico, o es mejor no meterle miedo?
Depende de cómo sea su carácter, y de los posibles riesgos que haya. Habrá que buscar un equilibrio. Puedes decirle que hay hombres pervertidos o enfermos que a veces intentan seducir a los niños, y que es algo antinatural y castigado por las leyes civiles. No está de más prevenirle –de modo realista más que dramático– del peligro de que un desconocido intente encariñarse con él a base de promesas o regalos, o le invite al cine o a cualquier otra cosa. Debe estar advertido de que es mejor no escucharle y alejarse rápidamente.
—Otro día puede venir diciendo, por ejemplo, que por qué no pueden casarse dos hombres, o dos mujeres...
Es una pregunta que parece ingenua, pero que puede hacer simplemente porque, aunque ya se le haya explicado de dónde vienen los hijos, quizá no lo entendió bien, o lo ha olvidado. Habrá que recordarle cómo la mujer guarda en su vientre durante nueve meses al futuro hijo, en una bolsa llamada matriz, y que va creciendo hasta nacer. Si no hay madre, no puede haber hijos. Y sin el semen del padre, tampoco. Tiene que haber un hombre y una mujer. Con una aclaración sencilla se desvanecerán sus dudas, pues suele tener en su cabeza una imagen muy natural de la familia.
—Una vez, con diez años, después de una película en la que una chica soltera estaba embarazada, no lo entendía bien y me preguntó qué era eso de una madre soltera. "¿Cómo va a tener un hijo sin tener padre?", decía.
Hay un momento en que hace el descubrimiento que se puede tener un hijo fuera del matrimonio. Puede que hasta entonces no se lo hubiera planteado o –sin saber por qué– no le pareciera posible. Es una buena ocasión para aclararle bien todo, y quizá para hablarle de lo que debe ser una familia, del sentido de la fidelidad entre los esposos, del derecho de los hijos a nacer en una familia normal y unida, etc.
También cabe darle, además, una explicación más profunda y explicarle cómo lo natural, y lo querido por Dios para todos los seres humanos, es que los hijos nazcan siempre dentro del matrimonio y que este sea monógamo; y cómo el sexo es algo noble y bueno cuyo uso debe reservarse para traer hijos al mundo dentro de una familia legítimamente constituida.
—Otra vez me preguntó qué diferencia había entre un padre verdadero y un padre adoptivo. Eso también es difícil de explicar sin entrar en materia.
Es que hay que entrar en materia. No quedará satisfecho si no le explicas en qué consiste realmente la diferencia entre un padre y otro, y que el padre verdadero es el que aporta el semen para el nacimiento del hijo. Puedes, según las circunstancias, explicarlo más o menos a fondo, hablándole de cómo se realiza la unión entre óvulo y espermatozoide. Hazlo con tus palabras, aunque te parezca que no sabes explicarte. Te saldrá bien.
—Sí, pero en esta explicación, tarde o temprano surge la pregunta de: "Oye, papá, no entiendo eso del semen. ¿De dónde se saca?". Como ves, son preguntas que no se pueden eludir fácilmente.
Es que no hay que eludirlas. Es más, una pregunta de ese estilo muestra que las cosas marchan bien. Si no existiera confianza, al chico le daría apuro preguntarlo y se enteraría por otros medios, siempre peores. Explícaselo de la forma más correcta posible. Te repito que te saldrá bien.
Y como la explicación debe ser cierta y realista, no dejes de hacer alusión a la intervención de Dios en el origen de esa nueva vida.
—Oye, pero yo quisiera dar a mis hijos una explicación más neutra, ya te he dicho, sin tanto nombrar a Dios, que creo que no hace falta. ¿No es ponerse un poco pesado?
Es que hablar de Dios en el origen de una nueva vida no es algo secundario. No se trata de ser pesado ni de aprovechar la ocasión para colocarle un pequeño sermón. Se trata de no cercenar la verdad. Si crees en Dios, sería poco coherente no aludir a su intervención: sería tan poco razonable como decirle que los niños vienen de París. No quieras educar de modo tan aséptico, que es peor.
—Bueno, de acuerdo. De todas formas yo me adelanté, como tú dices, y hemos hablado algunas veces de estos temas, pero hace ya dos años que le digo a mi hijo que me pregunte sobre esto..., pero ya no pregunta nada.
No es extraño que no pregunte. Ya dijimos que debías haber tú hablado espontáneamente de esos temas hasta que el chico se sintiera con suficiente confianza y pudierais hablarlo con fluidez. Ten cuidado, porque se te puede hacer tarde.
—Eso es lo que me preocupa. Le he oído cosas que no me gustan nada, y veo cómo se sonríe maliciosamente al contarlas. Ha cambiado los chistes marrones por los verdes. Lo sé, porque he escuchado por casualidad algunas conversaciones con sus amigos. Cuenta esos chistes con grandilocuencia y entre grandes risas, aunque estoy seguro de que casi ni los entiende. Una vez estuve a punto de interrumpirles y echarles un broncazo, pero me contuve.
Creo que hiciste bien en contenerte. No resolverás este problema a base de broncas, sino hablando con serenidad.
—Algunos amigos me dicen que todo eso es normal en los hijos a esta edad, y que no me preocupe. Otros me dicen que espabile y que, si no, luego no me queje. Un compañero del trabajo me contaba hace poco que ha puesto llave al armario de la televisión después de descubrir que su hijo, de la misma edad que el mío, se levantaba de madrugada a ver películas pornográficas; ahora su mujer es quien administra la llave de la televisión, y dice que gracias a eso aprovechan mejor el tiempo y los chicos están menos perezosos.
No me parece mala idea, puesto que buena parte del éxito en educar está en protegerle de algunas influencias perjudiciales. Si no, sería como afanarse en curar una gripe a base de medicación pero siguiendo habitualmente expuesto al frío.
Te recomiendo que no dejes pasar el asunto. Aunque fuera ya algo tarde, si lo retrasas, cada vez lo será más. El éxito ya no es tan fácil como cuando se plantea bien, con más antelación, pero debes buscar la ocasión adecuada para hablar a fondo con él. A lo mejor lo retrasas porque no sabes bien cómo empezar la conversación, o cómo llevarla, y vas dando largas al asunto. Tú, que a lo mejor te has mantenerte siempre tan digno y distante, quizá ahora te humilla tener que carraspear e intentar captar la atención del insolente infante de doce años para iniciar una conversación delicada que, en esta situación, puede incluso rehuir. Pero ya verás como, una vez comenzada, todo es más fácil de lo que parece.