Educación sexual 
No seas ingenuo: es mayor de lo que parece

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Es curioso observar con qué facilidad algunos padres olvidan los problemas sexuales de su propia infancia y ven a sus hijos como almas cándidas e inocentes, libres de todo peligro o tropiezo. Son quizá poco conscientes del desarrollo sexual de sus hijos y de cómo han cambiado las cosas en las últimas décadas.

Se ha pasado de una época en la que quizá se daba poca o ninguna información sexual, al extremo contrario, en el que es raro encontrar un chico de diez o doce años que no haya contemplado numerosas escenas eróticas fuertes que sin duda le habrán impresionado y abierto muchos interrogantes.

Por eso es importante llegar a tiempo y adelantarse a las explicaciones poco recomendables que pueda recabar por otros sitios. Ya hemos dicho que si el chico no obtiene de forma natural, en casa y por boca de sus padres, lo que su curiosidad infantil le plantea, pronto lo comentará con algún compañero algo enteradillo, o acudirá a fuentes de aún mayor riesgo.

—El problema es que a mí no me pregunta. Alguna vez preguntó a su madre, pero no ha vuelto a sacar el tema. Debe ser muy tímido.

No estés tan seguro. Adelántate.

—¿Cómo?

Busca la ocasión oportuna. El chico siempre hace preguntas que pueden dar lugar a entrar en materia, salvo que le retraigas de hacerlas por culpa de la parquedad de tus respuestas o por el aire de misterio que pones.

—¿Y si no encuentro ninguna oportunidad?

Entonces se puede crear la oportunidad. Ojo, no vaya a resultar que el tímido eres tú. Sal con él a la calle, invítale a tomar un helado, y dile que como ya es mayor vais a hablar de cosas serias. Y le explicas todo bien, y le haces preguntar. Si le ves un poco retraído, pregúntale si le da vergüenza hablar de eso; seguro que te dice que no, y se lanzará. Es importante que pregunte, porque te puedes pasar una hora soltando un discurso y el chico no enterarse de nada.

—Tampoco soy tan inútil...

No me refiero a eso. El problema es que puedes emplear palabras que el chico no entienda. Empieza por traducirle el argot a términos más correctos, y todo irá mejor. Háblale con precisión, sin evadirte y sin faltar a la verdad.

—Bueno, a lo mejor algunas preguntas resultan un poco comprometidas y no sé bien cómo explicarme. No tengo mucha práctica.

Si te atrancas, puedes emplazarle para una conversación posterior, que luego no debe diferirse.

—¿Y si pregunta algo que corresponde a una edad mayor?

No sucede. El niño a cada edad siente curiosidad y se plantea preguntas precisamente sobre los temas que es necesario aclararle, no más.

El hecho de que
se plantee una cuestión
es señal de que está
ya en edad de contestarle.

—¿Y hasta qué detalle hay que descender?

Háblale con adecuación a su edad, a su capacidad de asimilación y al ambiente en que vive. Debemos orientar su curiosidad y enseñarle a relacionar los hechos y a sacar consecuencias para su comportamiento.

Es cuestión de
graduar la profundización
en las explicaciones,
que aunque deben ser prudentes,
han de dejarle satisfecho.

—¿Y con qué palabras? Con algunos detalles se me hace un poco violento...

Precisamente ese amor a la verdad del que hablábamos lleva a muchos a procurar emplear desde el principio las palabras que se emplean en anatomía y fisiología para determinar los miembros y actos relacionados con el sexo. Al ser la información progresiva, puede ser positivo que se dé cuenta que desde el principio ha sabido bien las cosas. Cuando lea u oiga hablar de estas cuestiones, le alegrará comprobar que no le han ocultado nada y que ya lo sabía todo, incluso con las mismas palabras. Esto contribuye a evitar curiosidades tontas y a que resuelva sus dudas en casa.