Educación de la voluntad y del carácter
Fortaleza interior: valentía, reciedumbre, etc.
Autor: Alfonso Aguiló Pastrana
Sitio Web: interrogantes.net
Es curioso ver cómo lo que a unos les irrita hasta extremos sorprendentes, a otros les llena y les satisface.
En una ventanilla, o en la barra de un bar, o conduciendo un autobús, puedes encontrarte a una persona que te trata con afabilidad y simpatía, y a otra –con el mismo tipo y modo de trabajo– que está amargada y parece que incluso se esmera en fastidiar.
Lo que a unos les realiza, a otros les sumerge en la infelicidad.
—¿Y piensas que es un problema de educación?
En buena parte sí. Hay toda una serie de virtudes que influyen bastante en el talante habitual que manifiesta una persona. Veamos algunos ejemplos aplicados a un chico de diez o doce años.
Reciedumbre. No puede ser que el chico vaya dando el espectáculo porque no se atreve a meterse en la piscina porque está un poco fría. O que su drama sea levantarse de la cama a la hora que debe. O que le sea casi imposible aguantar una hora y media seguida estudiando, o comer de algo que le gusta menos. O que no consiga mantener siquiera unos días unos pequeños propósitos de mejorar en algo.
¿Cómo será el futuro de alguien así? ¿Qué fundamento tendrá su carácter, para cuando haya de tomar decisiones costosas? El chico ha de ir aprendiendo a amordazar un poco sus propias quejas frente al sacrificio que hacer determinadas cosas comporta. ¿Cómo? Ayudándole a mejorar insistiendo en detalles diversos. Por ejemplo:
enseñarle a no quejarse;
pedirle pequeños sacrificios necesarios para la buena marcha de la casa;
exigirle que sea perseverante y tenaz en las cosas que comience;
elogiar su resistencia ante contrariedades o molestias físicas (dolor por un golpe o una enfermedad, sed o cansancio en un viaje o una excursión, etc.).
Ser acometedor. Todo lo que es valioso resulta difícil de alcanzar. Con razón decía Séneca que no es que nos falte valor para emprender las cosas porque sean difíciles, sino que son difíciles precisamente porque nos falta valor para emprenderlas.
Para todo hace falta vencer dificultades, superar obstáculos, tener decisión, ser constante. Ocúpate de fomentarlo.
Valentía. Es fácil que haya circunstancias –a veces muy tontas– que produzcan miedo al chico, y quizá sea ya demasiado mayor como para eso. Los padres deben forzar un poco para que lo supere pronto, para que vaya venciendo esos temores que a veces son simplezas, como por ejemplo:
el miedo a quedarse solo;
el miedo a la oscuridad;
la timidez para conversar con un pariente que está de visita;
la vergüenza para hablar de un problema escolar con su profesor;
el temor a dar la cara defendiendo a un amigo, o a su hermano;
el miedo a resistirse a colaborar en algo malo que hacen otros y en lo que quieren involucrarle;
el temor que le incita a mentir o a no reconocer su culpa;
el miedo al "qué dirán"; etc.
Audacia. Es preciso también que no se deje llevar por un desmedido afán de seguridad, y esto suele ser culpa casi siempre de los padres. Piensa si tu hijo no ha de superar un miedo exagerado al fracaso, a comprometerse en empresas que merecen la pena, si no ha de superar el exagerado sentido del ridículo propio de muchos ambientes.
La vida es un juego maravilloso en el que hace falta apostar por las cosas en las que creemos y por las personas a las que amamos, con valentía e invirtiendo con generosidad los propios bienes y talentos. Que no resulte que el chico es buenecito pero apocado, de esos que se acobardan ante el ambiente contrario y se dejan influir demasiado por él.
La audacia
enriquece enormemente
el carácter.