Educación en la fe 
Un testimonio de vida. Ejemplos de cómo dar ejemplo

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

En todas las familias cristianas se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da la coherencia de una iniciación a la fe en el calor del hogar. El niño aprende así a colocar a Dios entre sus primeros y más fundamentales afectos. Aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres, que logran así transmitir a su hijo una fe profunda, que prende con facilidad en él cuando la contempla hecha vida sincera en sus padres.

La educación de la fe
no es mera enseñanza,
sino transmisión de
un mensaje de vida.

Los niños tienen necesidad de aprender y de ver que sus padres se aman, que respetan a Dios, que saben explicar las primeras verdades de la fe, que saben exponer el contenido de la fe cristiana en la perseverancia de una vida de todos los días construida según el Evangelio.

Ese testimonio es fundamental. La palabra de Dios es eficaz en sí misma, pero adquiere una fuerza mucho mayor cuando se encarna en la persona que la anuncia. Esto vale de manera particular para los niños, que apenas distinguen entre la verdad anunciada y la vida de quien la anuncia. Como ha escrito Juan Pablo II, "para el niño apenas hay distinción entre la madre que reza y la oración; más aún, la oración tiene valor especial porque reza la madre".

Lo primero es demostrar, con nuestro modo de hablar de lo sobrenatural, que la fe es fuente de alegría, de dicha y de entusiasmo.

Sería muy negativo tener
un aire hastiado y desagradable
cuando se habla de Dios.

Nuestra actitud al recitar unas oraciones, nuestro modo de hacer la señal de la cruz, el respeto y recogimiento con que nos acercamos a comulgar, son detalles que, sin darnos cuenta, tienen más influencia sobre los hijos que los más encendidos discursos.

Estás educando su vida de fe
siempre,
no sólo cuando le hablas de ello.

Educar en la fe no es dar sabias lecciones teóricas. No son clases magistrales. Mejor, es como una clase práctica que empieza cuando tu hijo aún no sabe casi andar, y que no termina nunca.

—Vas a conseguir agobiarme con esto de dar ejemplo. ¿Por qué no concretas en ejemplos de cómo dar ejemplo?

Está bien, pero luego no te quejes si te sientes aludido.

Por ejemplo, si tu hijo viera que sueles ir a lo tuyo, le será difícil incorporar ideas tan relacionadas con las exigencias de la fe como son la preocupación por los demás, el sacrificio y la renuncia en favor de otros, la misericordia o el sentido de la generosidad.

O si resulta que con frecuencia no cumples lo que prometes, o te ve recurrir –siempre acaba dándose cuenta– a la mentira o la media verdad para salir al paso de algún problema, no pretendas luego que entienda tus encendidos discursos sobre las excelencias de la sinceridad, de la veracidad, o de dar la cara como un hombre.

El chico tiene que ver que te preocupa realmente el dolor ajeno, que muestras con tu vida lo connatural que debe resultar al hombre vivir volcado hacia los demás, que le explicas la fealdad de la simulación y de la mentira, o cualquiera de las otras ideas cristianas que quieras transmitirle.

Hay todo un estilo cristiano de ver las cosas y de interpretar los acontecimientos de la vida, y ha de respirarlo en casa. Lo captará, por ejemplo, viendo el modo en que aceptas una contrariedad. O al advertir cómo reaccionas ante un vecino cargante o inoportuno. O viendo cómo papá cede en sus preferencias, o mamá sigue trabajando aunque esté cansada.

Y el chico se irá empapando de ideas de fondo que tejerán todo un vigoroso entramado de virtudes cristianas. Aprenderá a respetar la verdad, a mantener la palabra dada, a no encerrarse en su egoísmo, a ser sensible a la injusticia o al dolor ajeno, a templar su carácter, etc.

Siempre surgen multitud de ocasiones de hacer una consideración sobrenatural sencilla, sin excesiva afectación ni excesiva frecuencia.

Se trata de que el niño vea
cómo la fe se traduce
en obras concretas
y que no son
formalidades exteriores
vacías e inconexas.

En la casa se ha de hablar de Dios, y de nuestro deseo de agradarle, y de evitar las ocasiones de ofenderle, y del premio que recibiremos en esta vida y en la eterna. Y todo ello con toda naturalidad, sin afectación y sin simplezas. Cuando algunos pedagogos ingenuos de la religión presentan la fe como una sociología tonta e insípida, separada de la realidad de la vida, lo que logran es dejar vacío el corazón de los chicos y privarles de toda esa fuerza y esa guía moral tan necesaria en el camino de su vida.

Una fe profunda y bien arraigada será siempre un recio soporte para toda persona en momentos de crisis. Algo que vendrá a ser en su interior como el giróscopo para un barco en medio de un mar embravecido. Algo que a lo largo de su vida le permitirá mantenerse firme aun en los instantes de mayor dolor o amargura.