Educación en la fe 
¿Tiene conciencia del mal?

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Hemos hablado de la Confesión, y quizá venga bien extenderse un poco sobre la conciencia del mal y sobre el perdón. Es algo que tiene mucho que ver con el ambiente familiar. Ha de haber un clima que aleje las reacciones de orgullo y engreimiento, una dinámica que haga fácil y natural pedir perdón.

Hay que perder el miedo a hacerlo, rechazar la suficiencia que nos paraliza a la hora de decir: "Oye, perdona, de verdad que siento aquello", o "no quería ofenderte, lo siento...", y enseñar a los hijos a hacerlo con normalidad.

Además de pedir perdón a la persona ofendida, el chico ha de saber que Dios queda también ofendido, y que espera también que se le pida perdón. Lógicamente, la ofensa será mayor cuanto más grande sea la bondad y categoría personal del ofendido, y en el caso de Dios es infinita.

Que vaya comprendiendo el gran desafecto para con Dios que hay en el pecado, sin agobiarle, pero explicándole que debe pedir perdón. Y se pide perdón al Señor haciendo un acto de contrición. Luego, debe acordarse de contarlo cuando vaya a confesarse, y hay cosas que son graves y requieren confesarse con presteza porque han supuesto dejar de estar en gracia de Dios.

—Hablas de ofensas y de pecados como si fuera un bandolero..., y no es más que un niño.

A los diez o doce años –y antes, ya lo hemos dicho–, un chico tiene perfecta conciencia de que hace cosas mal. Aunque tenga un aspecto ingenuo y angelical. Pero la ingenuidad sería nuestra si no lo advirtiéramos.

No es ningún dechado
de perversidad, es cierto,
pero a su nivel,
reconoce y valora
con suficiente claridad
el bien y el mal.

Si comprende esto, y se acostumbra a examinar su conciencia y a pedir perdón por lo que hace mal, eso no le va a crear ningún trauma, sino que le hará un gran bien.

Desde su uso de razón –hace ya unos años– distingue, y quizá mucho mejor de lo que nos parece, entre el bien y el mal. Es cierto que sus malas acciones suelen ser cosas que a nosotros nos parecen de poca entidad, pero para él sí tienen importancia.

Son malas acciones
a su nivel,
pero malas acciones.
Nos jugamos
la formación de su conciencia.

Aunque no sean crímenes, son cosas malas, y hay que hacerle escuchar y obedecer la voz de su conciencia. Y formarla bien, claro.

Tu hijo tiene experiencia –igual que tú y que yo– sobre lo que es hacer el mal y ofender a Dios. No permitas que nadie le disuada de sentirse mal consigo mismo respecto al pecado. Es la voz –que debiera ser amistosa– de su conciencia, que le reprocha algo que ha hecho mal, como nos pasa a ti y a mí.

Ponle ejemplos, póntelos tú. Al aceptar en una compra más cambio del debido, has actuado mal. ¿Ha valido la pena, por unas monedas de más? O aquella mentira..., ¿por qué? O al mostrarte egoísta con aquel que te pidió ayuda...; o aquel otro que te molestó sin querer, y te enfadaste..., ¿ha valido la pena?, ¿no estás ya arrepentido de haberlo hecho? Son ejemplos de cosas pequeñas, pero las hay más graves.

Tenemos que saber que ofendemos mucho, a los demás y a Dios. Que se acostumbre, que nos acostumbremos, a confesarnos. Es desnudar el alma ante Dios por mediación del sacerdote. Es algo que puede costar, pero después de recibir la absolución, te hallas más cerca de Dios, le has complacido. Dios te ha perdonado, te da fuerza para enfrentarte con la tentación y superarla.

A esta edad –repito– sabe perfectamente lo que es el acoso de la tentación, y lo que es vencer o sucumbir ante ella. También decíamos que no le suele costar confesarse si se le facilita hacerlo. Lo mejor es ir con él y que nos vea confesarnos a nosotros también. Sería un error insistirle en ello y que luego a nosotros nos diera pereza ir por delante con el ejemplo.

El chico mantiene así limpia su alma, y esa es una gran defensa contra el acoso de las pasiones que quizá se desaten en el futuro. No le privemos de esa ayuda, y menos para esos momentos.