Educación en la fe 
La realidad de la muerte. Un caso difícil

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

En el capítulo anterior se trató con detenimiento el modo de desvelar al chico los secretos de la vida. Otra oportunidad de hacerle discurrir aparece con los de la muerte.

—¿Y no crees que es un poco de mal gusto eso de hablarle de la muerte?

No creas, porque las preguntas sobre la muerte surgen bastante temprano en el niño. La realidad de la muerte es imposible de ocultar a su observación. Es algo que le inquieta y le plantea grandes interrogantes. Y que le lleva a Dios. Enseguida piensa que si no hubiera nada después, sería algo cruel e injusto.

No se puede contestar eludiendo el tema, o diciendo que no se sabe bien, o callando, esperando no se sabe a qué.

Si no se tiene fe,
es difícil hablar de la muerte
a los niños,
pero teniéndola es fácil.

Recuerdo una anécdota que sucedió una lluviosa tarde de febrero en la que un padre vino a verme al colegio muy preocupado. Su hijo de once años se había criado en íntima amistad con un vecino suyo de la misma edad a quien acababan de diagnosticar una enfermedad rápida e incurable. Le quedaban tan sólo unas semanas de vida.

La familia mantenía celosa ante el chico el secreto de la cercana muerte de su amigo. Pero los días pasaban y el problema se hacía cada vez más acuciante. ¿Qué hacer? ¿Hasta cuándo se podía seguir así? "Hablarle de eso es demasiado duro –me decía– para esa edad". El muchacho notaba ya algo raro, y preguntaba qué pasaba, pero no obtenía respuesta.

Para quienes no tienen fe, es realmente una respuesta difícil. Para quienes la tenemos, no lo es tanto. Es una despedida, a un tiempo dolorosa y alegre. Un cambio de casa, de esta de la Tierra a la del Cielo. Una realidad que está permanentemente presente en la educación de la fe, y que no tiene sentido silenciar.

A todos nos duele despedirnos de un ser querido, y despedirnos por mucho tiempo, hasta que nos reunamos con él a nuestra muerte. Pero si la fe es firme, no habrá tanto miedo a la muerte. Y cuando la muerte llame a la puerta, a la nuestra o a la de alguien cercano, la recibiremos con paz si tenemos la conciencia limpia, pues pensar en la muerte obliga a pensar en cómo llevamos la vida. Si en el chico ha arraigado una fe sólida, comprenderá y aceptará esa realidad, como la han comprendido y aceptado todos los auténticamente cristianos a lo largo de los siglos.

Le animé a que afrontara esa conversación, pero se resistía a hacerlo. "Es algo –se lamentaba– para lo que había que haberle preparado con mucho más tiempo. Le va a suponer un golpe muy fuerte. No sabes lo amigos que son. No pueden hacer nada el uno sin el otro. No sé cómo Dios permite esto...".

"Es una realidad –le dije– que debes afrontar. Tú primero, y él después. No pretendas dar lecciones a Dios sobre cómo debe organizar el mundo, que sabe más que tú y que yo. No tiene por qué haber problemas. Háblale de que pronto estará en el Cielo".

No veía claro lo de hablar del Cielo y el Infierno a los chicos. "Eso es algo muy duro y que no termino de entender", decía.

Estaba claro que el problema estaba en el padre. Se llamaba a sí mismo cristiano, pero todo lo quería interpretar de forma blanda y acomodada. Era de los que quería "ser bueno y no hacer mal a nadie", pero sin poner esfuerzo, sin exigencia personal, sin pecado, sin Infierno y sin principios morales objetivos. La muerte –para él– era algo que prefería ignorar poniéndola entre paréntesis. Y los resultados familiares eran tan lacios y desmadejados como sus ideas.

La existencia del pecado y del perdón, de un Dios remunerador, que premia a los buenos y castiga a los malos, es algo que entienden los niños perfectamente. Lo que les inquietaría es pensar que las injusticias se mantienen a perpetuidad, por la falta de un ser superior que gobernara sapientísimamente el mundo. O que después de la muerte no hay más que un vacío, lleno... de nada.

Tendrá miedo a la muerte quien espere su llegada con las manos vacías, después de una vida igualmente vacía. No tengas miedo a hablar de que hay otra vida después de esta, y de cómo hemos de estar preparados para recibir la muerte sin dramatismos.