Educación en la fe 
Hacerle discurrir

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

El chico debe captar desde muy pequeño lo razonable de la fe. Habrá advertido hace ya tiempo que existe una fe natural, y observará que la empleamos todos los hombres todos los días muchas veces. La mayoría de las cosas que hacemos vienen marcadas por nuestra aceptación de un testigo, aceptación que es un acto de fe, un acto de la voluntad. Se le puede explicar de modo sencillo con algunos ejemplos.

—Oye, pero..., ¿no querrás que a los doce años le empiece a explicar cosas así?

No hace falta que sea algo muy formal. Pero siempre hay ocasiones en las que tratar con naturalidad temas mínimamente trascendentes.

Todo el mundo cree en multitud de cosas que no se ven ni se sienten. No se ven las ondas de radio, ni los virus, ni la energía, ni la radioactividad, ni muchas otras cosas. Pero todo el mundo habla de ellas y tiene certeza de que existen, porque cree a quienes se lo cuentan y en la explicación que dan a sus supuestos efectos. Los sentidos externos no agotan el conocimiento. Existen cosas que ni se ven ni se sienten. Hay más modos de conocer.

Debes enseñarle a pensar con rigor. Por ejemplo, para que no caiga en ese extendido complejo que podríamos llamar idolatración de la ciencia experimental, que constituye un auténtico culto hacia aquello que proviene de la órbita de lo empírico, y que lleva a algunos a la ingenua creencia de que el único modo de conseguir cualquier certeza es el laboratorio.

Debe saber que no hay incompatibilidad alguna entre ciencia y fe, y que la fe nada tiene que temer de los métodos verdaderamente científicos.

La ciencia es una gran cosa, y lo natural es estar muy abiertos al progreso de la técnica y a los avances en todas las especialidades humanas, pero sin dejarse impresionar por ese dogmatismo con el que algunos científicos –que quizá no merezcan tal nombre– pretenden imponer sus hipótesis descalificando sin rigor alguno cualquier creencia que no coincida con lo que ellos dicen. Parece como si fueran los únicos mayores de edad y capaces de comprender las realidades de la vida, y además parecen empeñados en sacarnos de las tinieblas de la ignorancia, y en que nos sacudamos esos mitos religiosos y esas creencias anacrónicas...

—Oye, pero a los diez o doce años yo creo que ni se plantean cosas así. Casi sólo piensan en jugar. Este peligro que dices será más bien para edades posteriores.

Creo que los niños empiezan a pensar antes de lo que parece y más de lo que parece. Aunque den la impresión de que no hacen más que jugar, reflexionan bastante. A lo mejor a raíz de algún comentario de otro chico, de un profesor, o de un programa de televisión...

—Ahora que lo dices, recuerdo una ocasión en que mi hijo, con once años, vio un programa sobre el origen del universo y de la vida humana. Entrevistaron a diversos científicos que expusieron sus teorías y finalmente acabaron por decir que la Biblia era un cuento de niños, que la Iglesia decía muchas cosas absurdas...

Sí, los tópicos de siempre.

—Para el chico supuso una impresión fuerte. Me preguntó si es que lo del Evangelio era como lo de que los Reyes Magos son los padres, o como aquello de la cigüeña...

Otra vez la cigüeña... ¿ves como son un desastre las historietas de ese estilo?

—Pues estoy seguro de que si el chico no llega a preguntar, y no hubiera sabido yo un poco del tema y le aclaro unas cuantas ideas, ese programa habría supuesto bastante daño para su fe.

Es curioso comprobar lo convincente que resulta para tanta gente ver en una entrevista en televisión a un personaje extranjero, con aspecto de sabio científico, una bata, un laboratorio de fondo y un doblaje de las respuestas. Parece ya que todo lo que dice es dogma de fe y que por ser un científico nadie puede llevarle la contraria. Dirá que está científicamente comprobado, y todos a callar.

La manida frase de que "es un hecho científicamente demostrado que..." se ha convertido en la entradilla mágica para imponer opiniones muy discutibles y muy poco científicas. Es como una especie de catecismo laico al que acuden algunos, casi sin darse cuenta, repitiendo sumisamente –con su actitud– que "el científico es una autoridad que todo lo sabe y que no puede engañarse ni engañarnos".

—Y lo que se comprueba es que cada pocos años cae una teoría y viene otra, o resulta que una es un caso particular desenfocado de otra más general, o se encuentran multitud de contraejemplos.

Por supuesto. Por eso los científicos sensatos nunca dan categoría de dogma a sus hipótesis.

Si los padres están atentos y tienen un mínimo de formación básica, conseguirán que la fe que con tanto esfuerzo están intentando transmitir a su hijo no se pierda luego tontamente ante ese tipo de cosas. Hay que advertir que, siendo el chico tan pequeño, no tiene un sentido crítico suficientemente desarrollado, y carece de criterio para discernir entre un buen documental científico de divulgación y un panfleto tendencioso.