Educación en la fe 
Cuando el problema está en los padres

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Algunos padres, cuando en los libros o charlas de orientación familiar oyen hablar de Dios, o les hacen alguna consideración sobrenatural, cambian de sintonía y desconectan por completo. Reaccionan como si dijeran: "Vamos a ser prácticos, por favor. No me vengas ahora con sermones como si yo fuera un infeliz en busca de resignación. Quiero soluciones".

Quizá no comprenden lo que es el alma. Que el hombre no es un simple animal extraordinariamente desarrollado en el que educar es simplemente encauzar unos instintos. Que tiene un alma espiritual e inmortal que el educador no puede ni debe ignorar.

Hay que saber cómo actúa el alma. A lo mejor esas personas entienden muchísimo sobre cómo funciona el cuerpo, y qué conviene a su salud, y cómo prevenir o curar una enfermedad, o lo que sea, pero no saben una palabra sobre la salud de su alma, siendo como son sus enfermedades mucho más dolorosas.

No olvides que la raíz
de muchos problemas
está en el alma.

La raíz de muchos de los problemas
de tu hijo está en su alma.
La raíz de muchos de tus problemas
está en tu alma.

Muchas veces, cuando la gente nota un vacío grande, y se pregunta qué le falta a su vida, lo que le falta es la rectitud de la fe, el acatamiento de Dios. Ese reconocimiento es lo que hace que la vida esté construida en sabiduría y libertad.

"No veo a Dios por ninguna parte", dicen. O "mi fe se muere", o "mi fe ha muerto...". Y quizá su fe sigue latente, ahogada por costumbres insanas o claudicaciones inconfesables.

"El moderno experimento de vivir sin religión ha fracasado", decía Schumacher. Y las estadísticas –puede comprobarse en los sondeos Gallup de las dos últimas décadas– confirman esa afirmación, pues tanto el ateísmo como el agnosticismo están en franca recesión en el mundo occidental, en contra de lo que a veces el ambiente social parece querer mostrar.

La fe es algo personalísimo de lo que no se puede prescindir, y en ella actúa la iniciativa de Dios. Y aunque la iniciativa sea de Dios, nuestra respuesta es decisiva. Y a veces, el griterío de nuestro mundo interior hace imposible oír esa voz, o nuestra falta de fortaleza y de generosidad hace que no queramos o no podamos responder. Son tinieblas muchas veces voluntarias, a las que quizá no se quiere poner remedio porque nuestra conducta interesada ahoga la voz de Dios.

El problema de fe proviene otras veces del desequilibrio en la formación. No es difícil encontrarse cristianos que son brillantes en su profesión, incluso cultos, muy leídos y muy viajados, con grandes experiencias quizá, pero absolutamente ignorantes en lo referente a su fe. Hombres o mujeres que abandonaron el estudio de los fundamentos de sus creencias con el final de sus estudios primarios o con las primeras crisis de la adolescencia, y que conservan una imagen de la teología que bien podría servir para un cuento de hadas, cuando la teología es sin duda la ciencia sobre la que más se ha hablado, escrito, investigado y debatido a lo largo de los siglos. Les falta estudio de su propia fe, que es equilibrio en su formación.

Esa ignorancia es un formidable enemigo de la fe, puesto que la fe en cualquier cosa exige siempre un suficiente conocimiento previo. Y esa fe débil bien puede tener su causa en haber recibido una formación religiosa poco afortunada o impartida por personas que no han sabido mostrar su grandeza.

Por eso hemos de ser consecuentes y dedicar el tiempo que sea preciso para tener un conocimiento de nuestra fe adecuado a nuestro nivel cultural e intelectual. De esta forma, la experiencia de tantos siglos en la vida de tantas personas nos ayudará a vivir esas exigencias y a superar las dificultades que se nos presenten, que quizá no sean tan nuevas.

—Sin embargo, hay muchos que creen poco, o que no practican, pero sí quieren que sus hijos reciban una buena formación cristiana.

El valor de la formación moral cristiana es algo bastante reconocido, afortunadamente. Y esa preocupación de esos padres es indudablemente loable y positiva.

Pero los padres que quieren
que sus hijos crean,
y, sin embargo,
ellos mismos no practican,
suelen fracasar.

Si no tienen la fe como parte esencial de su vida, o si luego desmienten sus palabras con los hechos, es difícil que las cosas salgan bien.

Sin embargo, para muchos otros padres ha sido precisamente la preocupación por educar correctamente a sus hijos y darles un buen ejemplo, lo que les ha llevado por un camino de mayor cercanía a Dios y más profundo conocimiento de la fe, que ha venido a facilitar su propia coherencia y, en cierta manera, su conversión.