Educación de la afectividad 

La reprensión

Autor: Alfonso Aguiló Pastrana

Sitio Web: interrogantes.net

 

  

Es llamativa la autoridad natural de quien rara vez se enfada. Suelen ser personas con una serenidad y un dominio de sí mismos que resultan atractivos e infunden respeto.

Lo normal es que una reprensión se pueda hacer estando de buenas, y en ello va gran parte de su eficacia. Hay que tener sensibilidad para:

La inoportunidad y la falta de tacto son errores graves. Nada conseguirá un padre o una madre que reprenda a sus hijos a gritos, dejándose llevar por el mal genio, amedrentando, imponiendo castigos precipitados, haciendo descalificaciones personales o enmiendas a la totalidad, o sacando trapos sucios y antiguas listas de agravios.

Si no somos educados
al corregir,
no estamos educando.

Recuerdo el caso de un muchacho al que el miedo aterrador a sus padres llevó a una fabulosa sucesión de mentiras, tejiendo un verdadero castillo de naipes que acabó finalmente por caer, con un elevado coste familiar. El caso es que los motivos que el muchacho daba para haber hecho todo eso eran quizá injustificados, pero comprensibles.

El mal genio de sus padres, los castigos irreflexivos y desproporcionados, y los repetidos disgustos familiares que cualquier tontería provocaban, acabaron por retraerle con un miedo que –para él, a esa edad– resultaba insuperable.

La versión de los padres era sobrecogedora y sin margen alguno para reconocer su propio error. Toda su existencia había sido un continuo querer llevar siempre la razón, un dejarse arrastrar por el mal genio y la amenaza, y en absoluto querían ahora esforzarse por comprender a su hijo.

No estaban acostumbrados a atenerse a razones y tuvo que encargarse el paso del tiempo –bastante tiempo– de hacérselo ver.

La vida les hizo sacar experiencia
de lo conveniente que es
facilitar la sinceridad
si se quiere sinceridad,
y de no escandalizarse tontamente
por lo que ellos mismos
habían propiciado.

La precipitación al castigar produce injusticias que a los chicos les parecen tremendas. Es mejor tomarse el tiempo necesario para oír las dos campanas (o más, si es el caso). Tiempo para conocer la fiabilidad de cada versión, para cerciorarse de la culpabilidad de cada uno, y entonces, ya serenos y con elementos de juicio, decidir lo más oportuno.

Hay otro elemental principio jurídico, que ya recogía el Derecho Romano y bien puede aplicable al entorno familiar:

No se puede juzgar a nadie
sin haberle antes escuchado.

Es una pena que, a pesar de lo evidente que resulta y de lo antiguo de su origen, se olvide con tanta frecuencia.